viernes, 30 de abril de 2010

Ella es como un dragón:

-"He llegado y desde entonces no he hecho más que pensar en ella, sin embargo debo esperar la hora señalada.
Puesto que me ha dicho: -"Luego",cuando yo necesitaba que corriera a mi lado, ella ha dicho "luego" y casi se abre la tierra y me traga.

¿Pero qué otra cosa puedo hacer sino aprender a esperar y no morir de pena?.
Al fin de cuentas, las horas han pasado y vamos caminando paralelamente.Sus ojos van posados sobre las baldozas...
Yo la miro de reojo, como queriéndo reconstruir las imágenes de un antiguo sueño, sometido al recuerdo tantas veces como fue necesario, para aplacar su ausencia.

Miro sus ojos casi claros, su boca pequeña y suave. Entonces le hablo. Le cuento sobre una carta que escribí y la respuesta que quedé esperando...
Pero en realidad en ese instánte quisiera decirle que deseo su ternura, por más que ella no escuche mi llamado.

Camina a mi lado pero mira hacia abajo, presiento que calla algo.
Yo silbo por lo bajo una canción cualquiera, que al pasar frente a un pasillo se pierde por los fondos.
Ana Inés no habla, besa repetidamente su cigarro, y se asemeja a un dragón despidiéndo bocanadas de humo negro.
Vuelvo a mirarla de reojo ( voy amándola sobre veredas tristes, llenas de charcos).

La última vez... casi le digo, pero me dí cuenta lo poco que le importaba una última vez. Si precisamente ahora, aquellos buenos tiempos dejaban de serlo.
Algo había cambiado, una tristeza o un rencor -tal vez ambas cosas- crecían en ella.

Quedé contemplando sus rodillas -que descubrí frágiles- temblando en un ritmo de blues afónico; y proseguí el recorrido con mi mirada, como lo hace un tren cuando atravieza un túnel. Observé por un instánte sus caderas.
Ana Inés sacó de su bolso un cigarrillo y movió sus labios como para decir algo. Quizá en un débil impulso de ternura. Pero finalmente, calla.
Una vez más el desgano apoderándose de sus facciones, que le opaca la cara, como en un día de sol repentinamente nublado.

Seguimos caminando en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos.
Puedo decir que ya caminábamos sólos, sin conexión con el otro...
Aún sin saber cómo despedirnos.

Quedé atrapado, inmerso en un estado febril por descifrar los signos de ese quiebre anímico. Esa obsesión duró unos días.
Hasta que pude entender ese silencio, aquel de quienes ya no tienen qué decirse"-.