domingo, 23 de mayo de 2010

Extraños barrios:

- "Poco a poco,en forma clandestina y logrando vencer las dificultades gracias al accionar de un ángel aliado llamado Don Pelle, la intensidad de esa correspondencia se hizo frenética. Y no exagero un ápice al decir que en cada una de esas cartas cabía un mundo.

En aquellos tiempos supimos solidificar las bases de nuestro entendimiénto, sopesando los hechos y cada impulso.
Así fue cobrando forma aquello que nos llevaba una vez más a fundirnos uno en el espíritu y sangre del otro.
Una comunión que nos sacaba de cualquier amarga sensación de estar separados, desarraigados del resto de la existencia.

La experiencia del acto creacional (al igual que en el amor) es precipitarse enteramente en la sustancia de que está compuesta la única posible relevancia de la vida...

Con la caída del sol, mis ojos quedan embriagados. Me sumerjo gustoso en la compañía de la música, que hace de banda de sonído de aquellos tonos grises y naranjas absolutos, en que ha transmutado el cielo.
En mi sentimiénto ya no hay dentro y fuera,las diferencias desaparecen...
Mis ojos se funden en un paisaje sagrado.


"- Luego de regalarme ese bello tiempo eternizado, retorno a mi cuerpo, que se reconcentra. Búsca contácto con lo más hondo de sí mismo.
Recorro cada una de las posibilidades, abriéndo nuevas alternativas"-.

-"Repasando el día de hoy: por la tarde,anduve caminando por barrios desconocidos, con el sol y el viento arremolinando las hojas doradas del otoño, que se precipita rápidamente sobre nuestro paisaje cotidiano...

Ahora pasan dos palomas al filo de mi ventana del octavo piso. Con ellas me hago testigo de esta noche, que se expande con su mejor fragancia.
-¡Te estoy esperando noche silenciosa!, entregaré mi corazón, en sacrificio a tu luna"-.

Definitiva caída del sol.
Las tonalidades naranjas, ya opacadas, transmutan en violetas.
Mi sentimiento se abre, como un abaníco se despliega en manos delicadas: mi sensibilidad incubada, mi afecto en cuarentena.

Soy un hombre con sus canales obstruídos: entonces me drago -construyo puertos en ríos vírgenes- mientras pasa la draga por mis sentidos.

Tallado en el papel:

-" En esta empresa de rehacerme estoy construyendo un mundo en el que debo acomodar aún muchas cosas, transcribiéndo a la libreta de fuego todos aquello sucesos, en el afán de esclarecerlos, saberlos al fín superados.
Hacer de los aciertos el alimento vital, moldeándolos como arcilla, donde la creatividad, la poesía y el amor, potencien una fuerza desde la que la verdad pueda ser engendrada y encarnada"-.

-" Incluso atravesando terrenos puramente fantásticos, si desde allí los seres y los objetos logran comunicarme, influír en mi estado sensitivo. Todos los métodos son permitidos si han de llevarme al esclarecimiento.
Estoy hablado de lo natural, lo simple, lo sencillo, y de la pasión creacional como el más audaz de los vuelos mentales y espirituales"-.

-" Una insospechada expresión yace enquistada en lo más profundo de la psíquis humana, expresión que puede hacerse mayúscula, total y absoluta, si éste logra deshacerse de sus fantasmas"-.

-" No es posible crear en términos menores: se crea totalmente, con pasión.
Se apuntala todo al espiral que recorra todo el interior del alma.
Pues precisamos (¡Sí Precisamos!) esa nueva voz.
Y ésta, sin dudas, se irá fortaleciéndo naturalmente, al mismo paso que lo vaya haciéndo nuestra comunicación, espacio donde se conjuga el territorio común de símbolos, que apenas nosotros podemos develar"-.

Estas palabras viajaban talladas en el papel y también en el alma, era parte de la correspondencia febril entre G. y R.
Un ritual impostergable, viajando desde el edificio Bertosis hasta Frankfurt en Alemania.

sábado, 22 de mayo de 2010

El placer de estar sólo:

Se aplacan los pasos en mi interior.
No puedo dejar de observar una extensa visión de aguados -nubes en el cielo- contenidos en el marco de mi ventana.
Escribo sobre hojas cargadas de sol repentino que fulmina y estalla entre mis brazos, hace de avenida entre mis manos y mis pensamientos -convirtiéndolos en lenguaje-.

El placer de estar sólo se va haciéndo intenso - he puesto un incienso y disfruto del aroma del ámbar, con los ojos cerrados.
Una extraña sensación me hace volver a abrirlos, justo cuando el sol queda oculto entre las nubes.
Transcurren mis días sobre esta calma, de silenciosa soledad y vacaciones del habla...

Renunciando a los seres, he iniciado un contácto más intenso con los animales y las cosas.
El más primitivo de los contáctos que puede buscar un hombre, que quiere rehacerse.

Leía en las primeras horas de la tarde, cuando escuché los ladridos de un perro retumbando entre los edificios. Esa aparición me sorprendió, el surgimiento de su presencia fue repentino.Potentes ladridos llegando hasta mi cuarto, en el Bertosis.
Se me ocurrió que aquél podía ser un mensaje que debía yo descifrar.
Mi reacción fue buscar en mi memoria una posible ubicación en el vecindario, desde la que pudiesen provenir los ladridos.
En ese proceso de búsqueda -con mi vista- llegué hasta una pequeña terraza, en uno de los edificios sobre la vereda par. Y algo magico sucedió.
Acabé por descubrir su morada. Inmediatamente éste dejó de ladrar.

Me levanté, trepé sobre mi escritorio, apoyado en el marco de la ventana y constaté claramente su presencia: era un enorme perro ovejero, él también mirando hacia mi ventana.
Poco después volvió con sus ladridos,como advertencia a mis intrusos pensamientos. En defensa de su territorio.

Al fin de cuentas, establecí contácto con ese animal y pude (posteriormente) conocer muchas más cosas de él.
Incluso en las soleadas tardes de otoño, continuaríamos con este ritual.
Esta elemental conexión iba marcando el pulso de mis días.

Yo que había elegido alejarme de todo lo que pudiera precipitarme en la confusión, ingresaba de lleno a un frecuencia pura y positiva: me hacía cada vez más amigo de la naturaleza.
También me visitaba por las tardes una paloma, yo dejaba la ventana de mi cuarto abierta y se posaba en el marco. Desde el escritorio, con voz pausada y tenue yo leía poemas para ella, que permanecía inmóvil.
Al final de la lectura solía premiarla con un bocado de manzana.

Los libros constituían el más cristalino de los oasis,leídos, pensados, releídos...
Planetas intercomunicados de una biblioteca en constánte movimiénto.
Hojas marcadas, soñadas, citas oportunas, reflejos y reflexiones (un universo entero en letras impresas).

Por último las plantas: quienes requerían la más sutíl de las comunicaciones posibles, receptivas por naturaleza y generosas como ningún otro ser sabe serlo.

Al fin y al cabo G. ya había armado un mundo a su medida.
Mundo de silencios y reflexiones.

jueves, 20 de mayo de 2010

En estado de erupción...

Una vez más, como en el verano anterior, G. repetiría sus ciclos laborales en Necochea.
Seguía el ritmo de sus lecturas, la conexión con la música que transportaba en su walkman a todas partes,disfrutando de ese cómodo horario que el hotel le requería, en su función de camarero.

La partida tenía sus pro y contras: una de ellas -que el trabajo temporario era sin francos- por lo que hacerse una escapada veraniega para estar una noche con los amigos era algo imposible...
Lo que resultaba positivo era ese contácto con la naturaleza, los paseos por los médanos, un amanecer en la orilla, las siesta en el bosque. El morral repleto.

M.continuaba su estadía en La Felíz, y esto significaba un abrupto cambio de escena, ya que se desactivaba la sociedad "vamoenesa", al menos en lo momentáneo.
Por otra parte, la casa de Parque Luro estaba alquilada por la temporada (aunque permanecía vigente el recurso del depto de M.).

Las tardes en el bosque eran un plan recurrente, es que sentir la brisa fresca del mar desflecar la punta de los pinos, el tranquilo aleteo de los pájaros, el juego de luz entre el follaje, todo ese conjunto de elementos proporcionaban un microclima esencial para la lectura y el reposo.

G. inició allí mismo la escritura (de momento manuscrita) de la correspondencia que por tres largos años despacharía hacia hacia Frankfurt.
Las esperas entre carta y carta era de unos cuántos días, que podían llevar de 7 a 12días, aproximadamente.

Ese proceso de transporte tan lento, permitía entonces madurar largamente las ideas,
como así también el ejercicio de una meditada relectura de las respuestas.
En ese lapso, las palabras incubaban dentro del sobre.

El bósque permitía eso: iniciar un viaje místico, ascético y comprometido con su esencialidad.
El año '86 traería otro cambio radical: G. decidiría vivir en Necochea por el resto del año y esta decisión se fundaba en dos aspectos: el más práctico de todos, que la casa Cardiel sería alquilada anualmente, la otra: quedarse con el bósque.
Adentrarse entre los árboles, llegar a los sitios más recónditos.

Las cartas maduraban como frutas zurcando el mar para caer en las afiebradas manos de R. y G. , provocaban lava volcánica, transmutaban en creatividad, indagación, búsqueda esencial y entrega del alma.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Uno es a la larga, sus circunstancias:

Aquella carta de un instánte a otro reveló toda su crudeza: R. estaba pasando un durísimo momento, posiblemente el más difícil de su vida.
Habían transcurrido algunos meses sin noticias, desde su partida abrupta a Brasil los guíneos entre ambos fueron pocos, aunque lo suficientemente certeros, como para mantener la esperanza de que ésta hermandad de almas no se había quebrado.

La carta recibida, lo ponía ahora en un sitio más inabordable, al menos así sonaba en la cabeza de G. al recibir ese impácto (jamás soñado).
Por suerte estaba allí presente M. para ayudarlo a sobreponerse a semejante situación.

G. debió comunicar los acontecimiéntos a dos personas muy especiales: una de ellas era Ana Inés, la otra Chepito.
A Chepi recordaba claramente cómo y dónde le dió la terrible noticia: fué en la casa de la calle Cardiel, en el desván del fondo, que era una especie de sitio de usos múltiples. En presencia de M. ellos dos lloraron abrazados.

Solicitarle a Ana Inés que le escribiese una carta, o al menos unas cuantas palabras alentadoras, fué distinto. Pues continuaba inmersa en la decepción, sin poder sobreponerse a ese sentimiénto. Ella nunca más volvió a escribirle a R.

De todas formas G. y Ana caminaron juntos hasta las oficinas del Correo Argentino, sobre la avenída Luro, vió cómo su amigo plegaba la misiva, pasaba la punta de su lengua sobre el pegamento, despachaba el sobre... sus ojos estaban nublados,y un desgano potencial se iba apoderando de su cuerpo y de sus facciones.

Aquella era apenas una carta urgente, breve y aturdida -sin mucho cuidado de las formas- pero allí prometía a su amigo lo indispensable: estaría a su lado día y noche, y de ser necesario lo acompañaría al fondo del abismo para obligarle a levantarse y escalarlo.


Cuando G. partió a Rosario incubando la Hepatitis, sin saberlo...
Cuando R. escapó a Brasil sofocado por la presión de Ana y de su propia familia, en su anhelo de regresar a los Estados Unídos...
Nadie pensó (ni por un instánte) que algo verdaderamente grave pudiera llegar a ocurrir.

Mientras G. estuvo postrado en la cama en aquella humilde piecita de Fisherton, R. estuvo encandilado por el lujo y la veloz vida de Río de Janeiro.
Cuando G. pintaba sus Vincents y Modiglianis, R. realizaba viajes clandestinos por Sudamérica.
Claro que esto les ocurría en forma separada, sin mensajes ni cartas entre ellos que pudieran dar cuenta de tales acontecimiéntos. Por eso, cuando llegó la primera carta Alemana, más allá de toda desgracia y del gran dolor que ésta provocó, G. supo también que el corazón de su amigo volvía a romper el hielo.

Esa carta desde Europa, produjo por unos breves segundos (mientras pasaba de manos del cartero a las de G.) una gran sorpresa: Si R. había logrado viajar a Europa -a causa de la imposibilidad de hacerlo a la USA- era el primero de sus amigos que lograba ingresar en ese espacio soñado y fuertemente idealizado intelectualmente por todo el grupo. Aunque a la vez,esta situación agrandaba la distancia, lo que quebraba todo deseo de reencuentro inmediato.

R. había escrito a G.
Volvía a necesitar la palabra de su amigo.
En algunos aspectos la incertidumbre se diluía y parecía que el destino volvía a darle una tregua. Eso alivianaba aquella angústia generada cuando se incendió Roma.

Claro que al abrir el sobre y leer el contenido de la misma, todas esas conjeturas se entremezclaron con la crudeza de saberlo prisionero -tan lejos de su alcance- y tan herido, pidiéndole desesperadamente lo único que resultaba factible entonces: su presencia hecha poesía.

Por aquellos días G. estaba leyendo "El Aleph", de Jorge Luis Borges, allí encontró una analogía, un mensaje oculto que su amigo era capaz de descifrar:

"La carcel es profunda, su forma es la de un hemisferio casi perfecto..."

"He perdído la cifra de los años que llazgo en las tinieblas...",

(Aquel relato que habla sobre la escritura de Dios en la piel de un tigre).

"Un hombre se confunde gradualmente, con la firma de su destino. Un hombre es, a la larga,sus circunstancias".


Aún en la oscuridad, aún en la encrucijada, uno podía hallar allí un poderoso mensaje oculto.
G. pedía a su amigo que actuase como un guerrero.
Siendo plenamente consciente de la enorme proeza que ello significaría.
Conocía sin embargo el alma de su amigo, y estaba decidido a acompañarlo.

martes, 18 de mayo de 2010

La llegada del cartero:

Fue esa misma madrugada que la conexión y el entendimiento creció enormente. Habían permanecido largas horas escuchando cintas, la música era un tema de conversación inagotable. Uno puede realmente identificarse con grupos, discos claves que marcaron épocas, charlar sobre las letras de aquellas canciones que significan momentos sensibles e inolvidables...
Planeaban un largo viaje, bebiéndo placenteramente.
M. había quedado fascinado con los relatos que G. le proporcionara de su viaje a La Paz junto a Ana Inés y estaba entusiasmadísimo con una aventura similar.
Mirando por el balcón hacia la calle, ellos bailaban los temas de Brothers in Arms, que apenas había salido al mercado discográfico y ya era disco furor, con un primer puesto entre los videoclips de la MTV.
Bebíendo gin-tonics e imaginando aventuras cada vez más grandes se sentían realmente a gusto, pues todo era posible si se lo proponían, o al menos eso era lo que sentían entonces.

Posteriormente, hacia la madrugada M. comenzó a levantar fiebre y su temperatura se elevó preocupantemente. G. ofició como enfermero, estándo alerta toda la noche sobre la evolución de su amigo.
Contado a la distancia, uno quizá no toma real dimensión de lo potentes que eran esos días: pensemos que unas horas antes habían ido hasta la heladería, pasado por la secuencia de la policía, regresado sanos y salvos al departamento, y allí continuado con los planes, viajando imaginariamente por Bolivia y Brasil...
la noche pasó sin sobresaltos, la fiebre fue cediendo, y al fín de cuentas G. resultó un excelente profesional de la salud, aún en el estado en que se hallaba.
Ambos reían en horas del desayuno, sabiéndo que esa complicidad giraba ya sobre ruedas de acero.

Tan rápidamente como irrumpió la amistad fueron pasando los meses de primavera y repentinamente cerraba como telón de fondo el año 1985.
una vez más G. partiría hacia Necochea para trabajar durante la temporada veraniega.
Pero antes de partir, llegó a la casa de la calle Cardiel una carta inesperada, proveniente de Alemania.

Ese mediodía G. y M. estaban sentados en el umbral de la vereda del chalet de Parque Luro.
Desde allí vieron llegar al cartero.
Las letras redondeadas de su amigo R. eran inconfundibles, y él era capaz de reconocerlas a veinte metros de distancia. Lo que le llamaba poderosamente la atención eran las estampillas.
Que R. estuviese en Europa era toda una sorpresa, ya que el último paradero que le conocía era Cabo Frío.

lunes, 17 de mayo de 2010

Como peces en el agua:

Tan fácil y simplemente como suelen ocurrir algunas cosas, así fué como M. se acostumbró a sus nuevas perspectivas. Estaba nuevamente en la ciudad que tánto quería, divirtiéndose a lo grande en maratónicas e increíbles veladas.

Había desembarcado con su música, ideal telón de fondo para estas largas jornadas primaverales. Al igual que este grupo de nuevos amigos - él y ellos melómanos empedernidos- amantes del rock a ciencia cierta.

Como peces en el agua M. Y G. transitaron esta nueva epopeya, no hubo fechas sin trayectos, ni noches sin cometidos.

¿Cómo y cuándo una persona se acostumbra a otra?, ¿ cómo y bajo que circuntancias uno se pega al otro tan velozmente?.
¿Qué es lo que hace que en un momento dado el otro adquiera un peso específico en nuestro ser?.
Justo en el exácto momento que el brillo de los ojos encuentra en la mirada del otro una correspondencia y desde entonces ciertas cosas quedan sobreentendidas: llegó el día que esa armonía inundó la casa.

Una anécdota significativa vino a la mente de G.
Una de aquellas noches que estaban ambos en aquel departamento céntrico, alquilado por M. Hacía mucho calor y estaban inquietos.

Salieron a la calle, en la que apenas corría una brisa(era pleno mes de diciembre). Por el centro caminaron entre un río de gente.
Deciden tomar un helado en la famosa "Catalino´s" (una de esas heladerías marplatenses para el recuerdo, con sus enormes cucuruchos sumergidos en chocolate).
Habiéndo una gran cola de personas en espera de ser atendidos, ambos salen a la vereda del local, atentos al devenir de los números. Mientras tanto comienza a hacer efecto el cóctel explosivo que previamente habían ingerido.

Toman sus helados disfrutándolos, aún en medio de una marea de clientes ansiosos.
Al salir a la calle y cruzarla, un móvil policial se detiene raudamente, quebrando la placentera caminata con una chirriante frenada, comienzan la práctica de un operativo en el que ellos resultaban ser los sospechosos.
Los hacen colocar contra la pared de un hotel, con los brazos en alto y piernas separadas. Una situación por demás desmesurada y algo violenta.

Mientras los polis bajaban del móvil (al menos cuatro tipos armados con itakas), G. le desliza un comentario a M. diciéndole por lo bajo: -"No temas,déjamelos a mí. No nos pasará nada".
Obviamente fué así.
M. ya creía ciegamente en él.

Una vez zafados de la situación ( en la que M. tuviera documentos norteamericanos, había sido rápidamente aprovechado como recurso estratégico) los polis vuelven a subir al móvil y se retiran velozmente, en medio de las quejas generales del público, que comenzó a opinar en voz alta: "¡Pero que barbaridad!, ¿Cómo los van a tratar así?. ¡Que atropello!".
El mal momento trajo sin embargo una certeza: juntos ya eran invencibles.
A esa altura los hermanos Vamoenesa volaban en alfombra mágica y llegaron al departamento remando entre la multitud...

domingo, 16 de mayo de 2010

Viajes siderales:

A partir de entonces, el pequeño apartamento alquilado por M. para permanecer durante su estancia, pasó a ser un alto en el camino: ya sea,como búnker de planificaciones o para desmayarnos allí luego de esas prodigiosas borracheras en madrugadas trasnochadas.

Por su amplitud, o más bien por su tranquilidad en aquellas primeras tardes soleadas de primavera, la casa de calle cardiel, siguió marcando su preferencia.
Con la aparición de M. Dante reapareció alguna que otra tardecita, a compartir unos mates, ya sea para recostarnos sobre el cesped a tomar sol o acercándonos tras una breve caminata hasta Bahía Beach.
Allí conversabamos contemplando el oleaje, sin más finalidad que pasar el rato sin preocupación alguna.
Aún prosiguieron las veladas nocturnas en el café Dalí.

Cuándo Cardiel ganaba la parada, siempre cabía la posibilidad de acercarnos hasta la calle Aragón, transitando las zigzaguentes callecitas del barrio Constitución.
También estaba la opción de reunirnos con Toly, o en casa de los hermanos David y Javier González.Aunque ésta última opción traía el inconveniente de volver de madrugada desde el barrio Centenario hasta Parque Luro, casi siempre de a pié.

Junto a M. comenzó a sonar U2, The Cure, Bowie y Jagger en la casa. Encontramos perdido en la calle un perro setter de pelaje rojizo, al que llamamos Floyd.
Fluyó un intenso contácto con Toly y Palomo ( quién también volvía de los Estados Unídos, y había traído un maletín metálico lleno de música. A la vez que un teclado y una caja de ritmo, con los que interpretaba a Phil Collins).

Todo ese trajín (esa agenda cargada de aventuras) nos tentó a ponernos una especie de mote, que sintetizara nuestra cada día más poderosa amistad, así pasamos a ser "Vamoenesa Brothers", siempre listos y dispuestos para salir en procura de descabellados eventos.

Esos meses que transcurrieron -entre septiembre y diciembre del '85- trajeron consigo una serie de campamentos en un bosque de pinos que se formaba al costado del Camping Municipal, (sobre la ruta Once que va hacia Miramar). Aquellas playas que están a pasos de las Brusquitas.

Y si una fiesta merece ser recordada como grandiosa -algo digno de quedar registrado en la libreta-, fué la que se hiciera en casa de Pablo Enrique y Dany, aquella celebración por el paso del Cometa Halley.
Un descomunal festejo que desbordó la casa y en el que se llegó a bailar inclusive sobre las calle y en un terreno descampado, que estaba ubicado sobre la vereda de enfrente. Bebiéndo cócteles preparados en jarras psicodélicas y con gente proveniénte de todas las galaxias.

También hicimos memorables viajes, como aquél a Buenos Aires para ver el concierto en Vélez organizado por la radio "Rock and Pop" , en que se presentó Nina Hagen. Allí también vimos a Fito Páez y Los Abuelos de la Nada.

Otro concierto para no olvidar: el de Sumo, en el Chateau, teniéndolos a centímetros de nuestro alcance, sin escenario de por medio. El grupo en camisones, a unos pasos de Luca bamboleándose. Haciéndo "La rubia tarada" ,con un Petinatto a punto de hacer explotar el saxofón.
Inmensa fue nuestra sorpresa, cuando luego del concierto los encontraramos en la pizzería Los Changuitos,y pudimos saludarlos.

Los días de la enfermedad fueron eclipsados por esta nueva energía, que todo lo llenaba de alegría. Ya no hubo brujos, ni pesadillas.
"Vino un tiempo que fué hermoso y en el que fuí libre de verdad", parafraseando aquélla fantástica canción de Sui Generis, que es una especie de himno generacional.
-"Hoy recuerdo aquella etapa como la de un reverdecer que trajo la primavera, justo a tiempo y sorpresivamente"-.

sábado, 15 de mayo de 2010

Al igual que las hormigas...

-"Aquella misma noche, cuando cruzamos al bar Dalí, mantuvimos una potente comunicación, la noche transcurrió cargada de magia, y llegamos a la madrugada,con las almas hinchadas de pasión.
Increíbles charlas sobre música y músicos, cine y literatura. Todo aquello era maravilloso, allí uno siempre aprendía algo -los conocimiéntos eran valiosos- pues, quienes tomaban la palabra lo hacían con vehemencia y conocimiento de causa.

Otro aspecto maravilloso, es que allí, no sólo se aprendía prestando atención a los diálogos -puesto que a esos jugosos comentarios se sumaban la copia de una cinta de una banda de rock, un disco nuevo o un libro prestado- o algo mejor aún: la visita a casa de uno de estos amigos, para conocer su discoteca y biblioteca.

Al igual que las hormigas cuando descubren una fuente de alimento y comienzan a llamar a las demás, o como las abejas que emiten con sus alas un mensaje, delimitando el sitio exácto donde fluye el néctar: aquél que descubría una fuente de inspiración de inmediato la socializaba.

M. trajo sus relatos de Nevada, su viaje a Los Ángeles, las crónicas de varias bandas vistas en vivo en su haber (allí nacería mi pasión por U2), una colección de magníficas cintas y unas inmensas ganas de descubrir todo lo que en materia de rock, había ocurrido, entre el '82 y el '85.
Además estaba poseído por la misma pasión nocturna que el resto de los parroquianos e idéntica devoción al círculo de fumadores de plaza Mitre.
Ingresó al grupo de lleno, en esa misma jornada".-

Jugarretas del destino:

- "Las veces que mencioné la Plaza Mitre, planteé dos cuestiones de peso: el círculo de fumadores y los respiraderos de las bombas de agua.
Solíamos corrernos hasta allí para celebrar un ritual -depositario de una frecuencia distinguida- coloquial y placentera.
Allí se podía hablar de cualquier cosa que a uno se le viniese en mente con total libertad. Uno podía reír a sus anchas y ser cómplice de ideas descabelladas, por el sólo placer de la camaradería.

Las bombas emanaban un calorcito que en aquellas noches marplatenses -estándo todos a la intemperie- nos servían como calefacción y cómodo reducto, pues también podía uno sentarse en el pilar de los respiraderos rectangulares.

La construcción estaba en el centro de la plaza, en un sitio discreto y poco iluminado y a pesar de ser un grupo numeroso; quedábamos medianamente camouflados por la vegetación que crecía en torno a ellos.
Por otra parte, el café Dalí permanecía a unos pocos pasos, puesto que la plaza era apenas una distracción momentánea.

Pertenecer a éste grupo de bohemios resultaba algo así cómo mantener viva la vieja costumbre de los encuentros en el Petit Lion D'or. Aunque comparativamente, ya en su última expresión.

De todas formas, una de aquellas noches de cervezas y amigos, estándo aún Dante presente, al dirigirnos y emplazarnos en la ronda de humito, divisamos en las cercanías la presencia de otras personas.
De momento nada especial o particular para ser tenído en cuenta.

Pasado un rato entre amigos, en medio de las risas y divagaciones de tono existencial o artístico, desde aquellos arbustos en que anteriormente divisaramos movimiéntos, se despide una pareja muy jóven.
Luego, se acerca hacia nosotros uno de ellos, pidiéndonos autorización para sumarse a la ronda.
Su pedido fué lo suficiéntemente discreto como para que sumaramos al círculo al desconocido, sin desconfianza.
Confianza que fué creciendo con absoluta naturalidad, como para que le permitiesemos venir con nosotros hacia el bar, una vez finalizado el placentero oficio de fumar el joint.

Otra vez el destino con sus jugarretas oportunas.
Dió la casualidad que Dante conociera a esa persona de mucho tiempo atrás.
M. recién llegaba desde los Estados Unidos y hacía unos tres años que no visitaba la ciudad. Si mal no recuerdo, aquella era su primer noche en Mar del Plata.
Integrarse a nuestro grupo fué providencial para él. También lo fué para nosotros, en especial para mí...
Si al cerrar el ciclo de los brujos, yo sentía que algo se había cerrado, comenzaría ahora una etapa nueva y distinta, absolutamente inesperada"-.

viernes, 14 de mayo de 2010

Entre la casa Aragón y el bar Dalí:

Por decisión propia la casa de la calle cardiel fue el lugar dónde más horas pasaba G. desde el momento en que los brujos salieron de su vida.
Largas caminatas bajo los frondozos robles, tardes en la playa leyendo algún libro, nocturnas visitas a la casa del grupo aragón.
Allí mantenían profundas disquisiciones literarias, o perdían juntos las horas, volando en alfombras mágicas.

La casa Aragón era en realidad un hermoso chalet alquilado por Pablo Enrique y Dany Carreras, pero rápidamente fué dando albergue a infinidad de amigos en distintos momentos.
Allí se realizaron magníficas fiestas psicodélicas -en especial, la que dió la bienvenida al cometa Halley-.

Recuerdo que en aquella casa estuvo un tiempo como huesped Ventus, en otro momento lo hizo Ana Inés y R. sólo por nombrar algunos de los testigos de aquellos tiempos.
Esa congregación de alto voltaje estaba acompañada por los perros pastor inglés de Dany, y Frodo, el extranísimo gato blanco de Marcelo.

En principio la casa había surgido como reducto de tranquilidad, ideal para dos monjes ascetas (como pretendían serlo Pablo y Daniel), pero prontamente pasó a ser un sitio colmado de visitantes, en el que los excesos quebraron las reglas en incontables noches.

G. miraba atento su álbum de fotografías, recordándo viejas anécdotas, pensando en agradables momentos compartidos con sus amigos.
Ya había transcurrido algo más de un mes y medio desde su vuelta de Rosario, sin embargo todavía nada se había consolidado.

De su intento de novela, tan sólo los primeros garabatos.
Rondando entre un grupo y el otro -aunque con ninguno seriamente comprometido- iban pasando sus días.
Aquellos eran tiempos de búsqueda y algo estaba pronto a suceder...

G. no era precisamente un asceta.
Aunque no por ello dejaba de considerarse un buscador o un guerrero.
Le interesaban mucho las charlas con Pablo Enrique y Daniel -con los que siempre aprendía cosas de valor- descubría autores, y además podía indagar en los escritos e inquietudes creacionales de Pablo. Un volcán de ideas.

Cuándo la casa Aragón se colmaba de gente, él prefería cambiar el rumbo, y entonces la Plaza Mitre se convertía en el centro indispensable de su vida social.
Los encuentros con el joven grupo del Bar Dalí eran despreocupados, llenos de vitalidad y sobre todas las cosas, plenos de risas y borracheras.

jueves, 13 de mayo de 2010

Tras los pasos de Dante:

Localizar a Dante no fue fácil, literalmente se había esfumado. Se ausentó de nuestra ronda cotidiana de encuentro ( el círculo de fumadores de la plaza Mitre) y por dos o tres días no formó parte de la mesa de bebedores de cervezas, en el bar Dalí.

Mientras tanto G. relataba con lujo de detalles la velada de los brujos a sus acólitos y todos puntualizaban en algún aspecto, haciéndo referencias o algún chiste para quebrar la tensión, que esos relatos producían.

G. tomó el colectivo hasta la avenída Luro empalmando desde allí su viaje en dirección a la antígua terminal de trenes, desde allí caminó hasta la avenida Alvarado.

Conocía bien ese barrio,porque luego de cumplir con su servicio militar, trabajó por un tiempo en una distribuidora de envases de aluminio. Tras unas pocas cuadras arribó al "Laboratorio", tras los cristales pudo ver a Dante, ensimismado,sobre una pieza de cuero a medio trabajar.

Mantuvieron un coloquio amistoso y trivial por algunos minutos, pero ni bien estuvo lista la cebada de mates, G. llevó la conversación hacia el punto que le preocupaba.
Primeramente le preguntó a Dante qué conclusión había sacado de los temas tratados en aquella cena con los brujos.
Dante se mantuvo parco, sin agregar nada contundente a los elementales hechos ya narrados.
Entre mate y mate intentaba concentrarse en su trabajo sobre la pieza de cuero, pero su amigo G. no lo dejaba, volvía a sacar el tema aguijoneándolo con preguntas como estas: ¿ víste tú la actitud de aquella mujer? , ¿ qué impresión te causaban sus chasquidos?, ¿ sentíste aquella música infernal cuando quedé sólo con ella?, ¿ qué hacías tú mientras estabas en la otra habitación?.

- "Entonces a él no le quedó más remedio que explicar algunas de las cosas que había vivenciado en aquella velada, mientras yo libraba mi batalla con la bruja.
Aparentemente él había sido hinoptizado, o debilitado por Norberto y en aquella instancia algo que no se animaba a pronunciar le había ocurrido.
Sin dudas, ese era el motivo de su huída tempestuosa, la causa de su largo silencio y su odiosa realidad.

-¿Pero cómo Dante? , ¿ qué fué en realidad lo que pasó?, ¿de qué forma pudo él hacerte algo así?"-.
Con el rictus tenso y voz entrecortada me respondió lo siguiénte:
-Sentí que paralizaba mi cuerpo, tenía cierta conciencia de lo que me pasaría, pero no podía defenderme...

Repentinamente cambió su tono:
-¡Basta ya!, exclamó enfurecido. ¡No volveré a hablar de esta locura!. Ni volverás a preguntarme sobre éste asunto.
Obviamente que ésto queda entre nosotros. Ni se te ocurra hacer comentarios en el bar".

Un poema pueril:

Avanzada ya la mañana, mirándo por la ventana de la cocina el tenue movimiénto de las ramas de los eucaliptos y el revoloteo de las aves en sus frondozas copas -cuasi primaverales-; jugueteaba entre las teclas de mi olivetti: girando alrededor de ciertas palabras, que me ayudarían a relatar esta cena apocalíptica.

Terminé escribiendo un poema, ya que todo aún se hallaba muy fresco en mis retinas. En ese entonces, apenas percibía yo un estado de crispación al ras de mi piel.
Aquella desquiciante noche estaba madurando en mí y aún me hallaba en la etapa del sobresalto. Por otra parte aún no conocía la totalidad de lo acontecido.

Menos gracia me hacía recordar la pesadilla. Me daba cuenta que había sido muy audaz al escapar de los tentáculos de aquellos brujos:
Expresé cabalmente mis principios y mi fé durante esa batalla lunática, fuí amable y a la vez determinante con Norberto -bajo la tormenta maritima- en aquella playa de su borrachera.
Sin embargo las pesadillas son imprevisibles, nunca se sabe cuándo llegan ni cuán recurrentes pueden ser...


En la palma de tu mano
se esconde un furtivo amor,
Quedó adherido a tu cuerpo
aquella noche lunar,
en que corríste aquél velo
de tu soledad.

Presientes esa ternura
que supíste develar,
quedó grabada en
tu memoria,
ya no la puedes olvidar.
Cuando susurras su nombre
sólo invocas tu pleamar.

Siempre tras la marejada
revela secretos el mar,
Libera entonces tus miedos
abre tus poros,
lánzate a amar.


A media tarde me dirigí a casa de Norberto.
¿Qué me llevó a tan inoportuna decisión?- preguntaron sorprendidos mis amigos aquella noche- en el bar Dalí.
Sin embargo, algo interno me indujo a llevarle ese pequeño y pueril poema, como regalo.

Al tocar el portero eléctrico, tenía bien en claro que esa era definitivamente mi última visita.
Encontré a Norberto muy desmejorado y en la cama, con aspecto de engripado.
Volvió a recostarse tiritando.

Apenas permanecí allí unos quince minutos. Y antes de retirarme, le dejé mi poema, como una ofrenda.
Considero hoy, a la distancia, que ese fué otro decisivo acto de mi parte.
Allí cerré la historia.
Así, había vencido a la bruja (la noche del bacanal) con la fuerza de mis convicciones.

Ahora derrotaba a Norberto, con el poder del amor.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Servidos en bandeja de plata:

Una vez más nos hallamos en la velada de los brujos. Norberto va hacia la cocina y trae una bandeja con moluscos, sobresalen unos pulpos enormes que aún están vivos y mueven sus tentáculos.
Los invitados parecen enloquecer de placer frente al manjar expuesto en la mesa y todos se avalanzan extasiados para degustarlos...

El brujo cordillerano corta uno de los tentáculos con un filoso cuchillo y lo lleva a su boca, a medida que lo deglute ésta se llena de un tinte negruzco, que tiñe su lengua y labios. Luego esa tintura comienza a chorrearle por las comisuras, mientras todos ríen a carcajadas.

Con Dante nos miramos sorprendidos ante esa bacanal surrealista. Nos invitan a probar esos frutos asegurándonos su exquisitez.
Una vez más observo la fuente y noto que los pulpos gigantes comienzan a tomar un color incandescente.
Entonces ella -la bruja- quien pusiera la otra noche aquella música infernal, se entrelaza en lucha contra uno de los moluscos, y pareciera que éste está a punto de fagocitarla.
Norberto vuelve con una hachuela de cocina y comienza a hundir el filo en la cabeza del monstruo marino, que en rápida carrera ha atrapado también a Dante y con uno de sus tentáculos, está a punto de extrangularlo.

Con los golpes certeros del hacha, oscuros y gelatinosos tintes manchan el apartamento, los muebles y el sofá. Un olor nauseabundo lo inunda todo.
Sin embargo, los brujos ríen a rabiar, se abrazan y festejan en una especie de ritual.

Le grito a voz partida a Dante. Advirtiéndole que debemos huir de allí, pero la puerta tiene llave y no podemos hacerlo.
Desesperado miro hacia los costados, y me doy cuenta que las paredes se desdibujan, que todo gira como en un torbellino.
Entonces despierto sobresaltado, con el corazón palpitante.
Absolutamente traspirado, en mi dormitorio.

Como un autómata, me dirijo hacia el baño. Abro la canilla y metiéndome debajo del cálido chorro de agua, permanezco por diez minutos debajo de la ducha. Odiando esa horrible pesadilla que cortó abruptamente mi descanzo.
Sigo agotado, pero ya no puedo dormir.

Preparo entonces unos mates y organizo mis papeles: es probable que me ponga a escribir...

martes, 11 de mayo de 2010

Bajo la tormenta:

En la habitación de al lado, durante todo ese tiempo, habían permanecido en absoluto silencio Dante y Norberto.
El tiempo que yo calculo haber estado a solas con la bruja -mientras duró la batalla psíquica- fue de unos veinte a treinta minutos, mientras tanto y durante toda la inquisición y mi prueba de fe ( mi monólogo no debe haber durado menos de diez o quince minutos) olvidé que alguién más estaba allí...

El regreso de ambos al living fue extremadamente fuera de lo común. Dante estaba pálido, y permaneció mudo, hasta que intempestivamente exclamó: ¡Me voy!, sin darme tiempo a partir junto a él.
Observándo más a fondo, descubrí que Norberto se hallaba nervioso, preocupado interiormente.
Yo que lo había conocido en su faceta de parapsicólogo y que había podído comprobar su poder mental, al momento de su lectura sobre mi Vincent rapado, notaba ahora un profundo cambio que lo volvía burdo.
Repentinamente comenzó a beber hasta terminar la botella de vino que había quedado sobre la mesa. Emborrachándose delante mío.

Seguía preguntándome: -¿qué le has hecho a mi amiga?. Dímelo, necesito saberlo-.
-Tú la dejaste mansa como un cordero, y eso no es un hecho común, menos aún conociéndola como yo la conozco-.
-Algo muy poderoso de tu parte ha ocurrido aquí y quiero que me lo detalles a fondo-.

-Pues es muy sencillo- le contesté: -ella me interrogó sobre aspectos fundamentales de mi vida y de mis convicciones,y yo simplemente le respondí-.
-Puesto que yo creo profundamente en la vida, amo apasionadamente el arte y toda expresión artística genuina, que eleve el alma del hombre.
-Creo en el amor y la amistad como un espacio sagrado en el cuál crecer y reconocerse en el otro... y considero a Jesucristo como nuestro redentor-.

-¡No lo puedo creer!, repetía una y otra vez el mentalista, y a la vez reía estrepitosamente.
-¡Vaya que resultaste bravo!, ¡quién lo hubiera dicho!. Sin embargo yo mismo lo he visto y debo dar crédito de ello. Nunca antes ví a mi amiga como hoy.
Jajaja!!!, mansa como un corderito-.

Cuando terminó de beber (cuando vació la botella), yo expresé mi deseo de retirarme. Entonces él dijo que me acompañaría hasta la calle.
La noche se manifestaba tormentosa. Una típica noche invernal,con un cielo cargado e intermitentes ráfagas de vientos costeros.
Fue entonces que Norberto me solicitó lo acompañase a caminar hasta la costa, y yo accedí a pesar de que era una hora cercana a la medianoche.

Desde su departamento hasta la playa caminamos unas ocho o diez cuadras,y bajamos a la orilla del mar, frente al edificio del hotel Provincial.
No andaba un alma por aquellas horas en aquél sitio.

Un frente de tormenta se estaba formando y pronto comenzó a lloviznar.
Norberto estaba agitado, su embriaguez se hacía cada vez más notoria, tenía muchas ganas de desahogarse, necesitaba exteriorizar su estado anímico.

Me habló de Sade y homosexualidad. Toda una teoría psicológica avalando las pulsiones sexuales desatadas y la natural inclinación de los instintos.
posesionado en su relato, con voz pastosa y cedada por el alcohol, con sus cabellos revueltos por el viento,y su piloto oscuro, que parecía querer desprenderse cuando las ráfagas le daban de lleno.
Rápidamente comenzó a lloviznar.
Un cielo cada vez más encapotado nos advertía que la furia del clima podía desatarse de un momento a otro.

-¿Pero usted creé que todos esos instintos de los que me habla, surgen por necesidades biológicas?, ¿o más bien sus causas son exclusivamente psicológicas?- le interrumpí.
Mi pregunta fue abrupta,en un tono imperante,casi censurándolo.
Siguió, por unos segundos, en defensa de su perorata. Allí yo le respondí que nuestros criterios eran distintos.

Entonces Norberto me miró a los ojos. Abotonó su impermeable, ya que la llovizna se había vuelto aún más insistente.

-No piense que estoy condenando la homosexualidad Norberto,no hay en mis palabras una condena moral. Lo que no acepto es eso del componente sádico,lo de las pulsiones desatadas como un camino de búsquedas. Para usted eso tiene una explicación instintiva, en cambio a mi me parece que allí hay un trauma.

Su estado etílico lo mostraba abatido, más viejo de lo que en realidad era. Casi una piltrafa humana.
Un hombre quebrado.
Allí mismo me despedí de él. Esperé largamente el colectivo.
Indudablemente -me dije- aquella había sido una noche agitada.

Volví a pensar en Dante. En su rostro pálido al huír de la cena de los brujos.
Cuando despertara (si es que lograba dormirme), debería localizarlo para enterarme de los motivos de su intempestiva huída de casa de Norberto.

Una vez recostado sobre mi cama, las voces de los brujos resonaban en mi mente.
Recordaba a la mujer nerviosa chasqueando sus dedos, al hombre de la mirada de águila, con sus modales taciturnos y sombríos.
Al cerrar los ojos el disco de vinilo giraba sin pausas en mi cabeza.
Sentí en mi piel el miedo de aquél instánte en que fuí abordado por las fuerzas del mal y un escalofrío me erizó la piel.
Por último visualicé a Norberto, con su rostro apesadumbrado, zurcado por las grietas de su frente, de ojeras oscuras y en estado de patética embriaguez.

Inmediatamente comenzó a tronar y una fuerte lluvia repicó sobre los techos.
El ruido monótono del agua logró adormecerme.
La lluvia, que lava toda la maldad, trajo la paz.

lunes, 10 de mayo de 2010

Música infernal:

-" No me es fácil recomponer la totalidad de las secuencias entre el momento en que los comenzales empezaron su retirada, pero poco a poco, la gran mayoría de los invitados se habían ido despidiéndo de aquella extrañísima velada.
Tampoco recuerdo bien cuándo y cómo fué que Dante resultara conducido por Norberto hacia su habitación, con el aparente objetivo de mostrarle unas pinturas.

Sin darme cuenta de lo que entonces pudiera suceder, yo quedé sólo con la bruja.

-¿Puedo poner un disco?, me preguntó ella cautelosamente.
Yo la observé un instánte, analizando la situación. Sumamente impresionado por su cara demencial. Y casi con desgano le contesté:
-Claro, puede usted hacerlo.

Ella se levanta y transita la distancia existente entre el sillón y el equipo de música ( que estaba junto a la ventana, al lado de la estatua faraónica de mármol).
Recorre con sus dedos rápidamente la colección de discos de vinilo y expresa complacida: - Pues aquí he hallado uno muy especial, ¡¡¡este disco es verdaderamente magnífico!!!.
Entonces lo coloca sobre la bandeja giradiscos, hechándolo a rodar.

Era una pieza musical extrañísima. En principio sonaba como una introducción de música clásica, una pieza con carácter. Pronto daba la sensación de ser una tormenta amenazadora en plena gestación. Y por último se transformaba en una fuerza oscura que rondaba al acecho sobre mis espaldas.

Comenzó ella a mirarme fíjamente a los ojos,como lo hacen las serpientes en su afán de hinoptizar a sus presas. Su voz se volvía cada vez más densa, la música entonces, se volvió infernal.

Aquella mujer comenzó a interrogarme: acerca de mi presencia en aquella velada, sobre mis inquietudes personales, sobre mi enfermedad y mi regreso de Rosario.
Yo sentía que algo me iba atrapando, algo que intuía venir del sonído de aquella música agobiante y también de sus palabras.
Ella me miraba con sus ojos helados, y desde allí emanaba un extraño poder.

Una sabiduría interna me llevó a generar los mecanísmos para contrarestarla. Comencé a atravezarla con los ojos de mi alma.
Pude hablarle decididamente de aquellas cosas en las que yo creía feacientemente.
Hablé con tranquilidad y firmeza, poniéndo todo mi ser en ello. Y a medida que lo hacía, en mi propia convicción, mi esencia se fue llenando de energía.

Entonce ví cómo sus ojos perdían esa fuerza negra, que en principio me había helado la sangre.
Noté la pérdida de todas sus intensiones ocultas.
Fué quedando como desinflada, apoltronada en ese diván, como una anciana deja correr el tiempo, descansando de sus achaques.

El disco llegó a su fín, supongo que debe haber durado entre veinte y treinta minutos.
Entonces, decidido y ya sin atisbos de temor, me levanté -tratando de parecer lo más natural posible- caminé hacia el equipo de música y lo apagué.

Al poner en movimiénto mi cuerpo tomé real conciencia de cuán cansado me hallaba. Me sentía extenuado.
Había sido una lucha terrible, pero a la vez sentía el bien brillar dentro mio. Me hallaba lleno de poder.

Era una extraña sensación: siendo consciente que había librado una gran batalla y en ella había puesto en juego todas mis fuerzas psíquicas.
Sin embargo, una certeza interna me decía que ya nada podría ocurrirme en ese sitio. Y que aquella bruja, había sido anulada, por lo menos en aquella ocasión-".

Extrañas circunstancias:

-"Espíritus inquietos, obsesivos, algunos de un perfil decididamente violento se corporizaron aquella noche.
Yo observaba atentamente, hasta el instánte en que todo se tornó cada vez más oscuro.
Desde el punto de vista formal, habíamos sido invitados a una cena. Pizzas y empanadas giraban en bandejas entre los invitados, acompañadas de vino tinto.

Cualquiera que viera el cuadro de situación, creería que todo transcurría allí apaciblemente.
Sin embargo, el coloquio se tornaba cada vez más desquiciante.

Dante, tímido como siempre, con esa humildad característica y parca propia de él, se acercaba a mí tanto como le resultara posible hacerlo en tales circunstancias.
Algo me susurraba al oído, lo que por otra parte, no llegaba comprender, ya que quedaba ahogado por las risas y las voces generales.
El resto de los comenzales (que fueron llegando en distintos momentos) conversaban y se explayaban con absoluta naturalidad y soltura.

Uno de los disertantes, proveniente del noroeste argentino, de textura delgada y mirada de águila -taciturno y opaco en sus movimiéntos- hablaba en un tono más alto que el resto.
Norberto (como anfitrión) nos había explicado previamente que ese personaje había nacido en un pueblito de la cordillera, siendo criado por sus tías, de las que se decía eran brujas.
Éste invitado comentó a los allí reunidos que últimamente tenía visiones y que no podía controlarlas. Lo que le había estado generando ciertos problemas domésticos, ya que sus hijos veían brujas en la casa y sufrian de fuertes pesadillas.

Otro de los personajes allí presentes, que había llamado poderosamente mi atención desde el mismo instánte en que llegó a la reunión, era una mujer.
Profundamente nerviosa, quién se había incorporado a la cena tardíamente, y que por otra parte no había dejado de emitir chasquidos con sus dedos frotándose las manos mientras el anterior orador desarrollara su relato.
Se me representaba como una mujer tremendamente acosada, pues -nos había confesado- todo lo que ella pensaba, en especial sus malos pensamientos, se materializaban.

Sus familiares le reprochaban ésto (según nos contó esa noche). Considerandola responsable del pájaro de mal agüero que desde entonces anidaba sobre ellos.
Algunos accidentes ya habían estado ocurriendo entre éstos, nos confesó...
Ya no sabía qué más hacer para dar fin a esos acontecimientos, pero sus ideas eran cada vez más poderosas -terminó de explicarnos- entre lamentos.
Dante estaba muy pálido. Yo comencé a darme cuenta que aquella reunión se salía de cabales.
Me serví otro vaso de vino, a fín de pensar mejor"-.

domingo, 9 de mayo de 2010

cronología de las visitas:

¿Durante cuánto tiempo siguió G. visitando el domicilio de Norberto?, ¿cómo fue evolucionando en su estado armónico? , ¿fueron de vital importancia los ejercicios espirituales que él le impartiera?.

Estas preguntas pueden hoy tener respuestas, en parte a causa de su manía por escribirlo todo en sus libretas, en parte por estar decidido entonces a escribir una novela.
También a causa del ininterrumpido ejercicio de las cartas Alemanas, y por las fervorosas pregúntas que R. le hiciese cada vez que surgiera el tema...
Mucho más aún a causa del eterno resguardo del guardían del tiempo, que supo ver en estos relatos una historia poderosísima.

En un lapso aproximado al mes y medio G. continuó frecuentando aquel reducto que se le presentaba como un santuario de arte y espiritualidad.
En su memoria contabilizaba unas seis o siete visitas en total. Era fácil deducir entonces que éstas se desarrollaron entre agosto y septiembre del año 1985.

Los últimos encuentros fueron en compañía de Dante (otro amigo común compartido con Juan Pablo).
Su primera intensión había sido la de mostrarle su dibujo. Por lo menos, las tres siguientes fueron dedicadas a la práctica del yoga y armonizaciones.
A continuación y por propia decisión -en una de aquellas tardes en que se encontrara con Dante-, terminó llevándolo a casa de Norberto.
Dante ya sabía de su existencia por boca de Juan Pablo, y estaba verdaderamente intrigado.
Pero en la última visita ocurrió algo inesperado. G. y Dante habían sido invitados a una cena, en la que conocerían a otras amistades personales de Norberto.
Según sus propias palabras, de tanto en tanto se realizaban interesantes veladas donde confluía gente muy especial, estaba él convencido que les resultaría muy provechoso estar presentes en el próximo encuentro.
Les pareció un gesto de amabilidad muy loable y generoso de su parte.
Obviamente se sentieron fuertemente intrigados y felices ante la pronta experiencia.

Bajo el influjo de Harry Haller:

Esa obsesión de G. con el lobo fue contagiada rápidamente a su amigo R. ni bien éste pudo conocer aquellos acontecimiéntos. No significa éste dicho que él estaba en ese preciso instánte sabiéndo lo que ocurría en la vida de aquél. Eran para R. los dulces momentos Brasileros. Transitando en su veloz moto las carreteras que se extienden entre Rio de Janeiro y Buzios.
Ni él mismo imaginaba por entonces que en un breve lapso de tiempo, su libre albedrío colapsaría.
Incierto transmutó su rumbo, llevándolo hacia una encrucijada.
Apenas unos meses después comenzaría a recibir las cartas de G. leyéndolas desde una prisión, y en ese reducto -que fue su celda por largos años- como ocurriera una y otra vez en su vida: aquello que su amigo le narraba desde el bosque, paso a ser alimento vital y cotidiano.

No en vano, juntos habían leído en voz alta incontables veces éste y otros libros de Hesse. R. llegaría incluso a tener en su biblioteca varios volúmenes, es decir, distintas ediciones y en diferentes idiomas de aquella novela.
Además entre los años 1986 y 88 ambos estuvieron embarcados en un profundo y mágico juego de espiritus, al que llamaron "El Aleph", inspirados en Borges.

Siempre en el camino de las correspondencias , hermanados de por vida en sus ideas... gruesas y contínuas cartas viajarían, desde la torre alquímica de G. hacia Alemania, repletas de poesía y pasión creacional.

¿Quién podría por entonces tan siquiera imaginar lo que ésta febril correspondencia sería capaz de provocar?.

Laboriosos escribas relatando sus días, entrelazando lecturas, pensamientos y sueños.
Quebrando todo infortunio -incluso el de la lejanía- al desintegrar las distancias y los muros que se interponían.
¿Cómo sobrevivirían de no ser así al largo tiempo del olvido, de no haber sido tantas veces uno del otro: talismán y resguardo del peor de los naufragios?.

sábado, 8 de mayo de 2010

Demasiadas preguntas por hoy:

Hubo un tiempo previo a mi partida del departamento, en el que me distraje mirando sus cuadros, que no eran vulgares copias, sino óleos finamente enmarcados. Varios de ellos de reconocidos pintores del ambiente de los atelieres de la ciudad.

Presté atención a unas estatuillas egipcias muy interesantes, a un busto de estilo faraónico hecho en mármol, que se hallaba colocado en uno de los extremos - junto a la ventana- rodeada de helechos.
El departamento estaba lleno de encantos.

-"¿Podría volver a ver esa estatuilla una vez más? - consulté con atrevimiénto, a último momento"-.
Norberto rió estrepitosamente, y en un falso reproche, me aconsejó:- No tomes las cosas con tanto ahínco.

Volvió a su dormitorio, regresando de allí con la pieza de terracota (que se me antojaba más oscura aún).
Me fascinaba el detalle de las erupciones en la piel, repentinamente escamosas.

También me alucinaba el profundo grito sin fondo. ¡¡Qué fuerza expresiva desarrollada en esa singular pieza de cerámica!!. Un trabajo único e irrepetible.

-¿Cómo es que ésta estatuilla llegó a sus manos, Norberto?.Proseguí indagando.
-Preguntas demasiado muchacho, deja que transcurra el tiempo... Además, tú debes preocuparte primeramente por otras cuestiones. Concéntrate en el Vincent que dibujáste. No olvides que allí están impresas todas tus debilidades.

La calle se me antojaba como si fuese un sueño. Desandando los pasos hacia el centro de la ciudad, crucé la terminal de micros, el hotel en que vivía Ventus y la casa paterna de Ana Inés. Sitios que en definitiva estaban próximos en esos confines.

No es que los buscaba, mi recorrido era entonces una especie de cábala, mitad consciente y mitad en rapto.
Una vez atravezada la plaza Colón, tomé el colectivo hacia Parque Luro, en la parada de calle Belgrano.

Tan sólo una cosa quería yo hacer ni bien llegara a casa. Tomar el libro de Hesse y abrirlo en una página cualquiera, hallando allí una sentencia que sintetizara el momento vivenciado...


-"El lobo estepario debía morir. Debía poner fín con su propia mano a su odiosa existencia; o debía -fundido en el fuego mortal de una nueva autoinspección - transformarse, arrancarse la careta y sufrir otra vez una autoencarnación.
¡Ay!, este proceso no me era raro ni desconocido. Lo sabía, lo había vivído muchas veces, siempre en momentos de extrema desesperación"-.


Herman Hesse.

Con el lobo en las manos:

Llegado el momento, en medio de esa charla, Norberto se dirigió a su habitación y volvió con un objeto de color terracota oscura, el que sin mediar palabra colocó entre mis manos, pidiéndome lo observase con detención.

Una estatuilla moldeada en cerámica renegrida, la que me dejó profundamente impresionado desde el primer instánte. Una vez que puse mi atención en ella, desde mi alma hicieron eclosión un sin fin de sensaciones muy poderosas.

La imágen representaba a un hombre demencial. Que visto de un perfil mostraba un rostro lleno de espanto,de tensa musculatura facial, con una boca negra y profunda, que gritaba viceralmente.
Desde allí se podía vislumbrar el terror, un dolor terrible y sin fín. Esa boca se perdía en la negrura misma, de una garganta hecha abismo.

Sobre su mejilla comenzaban a manifestarse erupciones, que se transforman luego en escamas y que bajan por un cuello flaco, muy largo, casi doblegado.
Esas escamas hacen que el rostro se vuelva más inhumano, y produjeron en mí ciertas nauseas y temor.

El otro perfil era más calmo, ví en él el rostro de un hombre sometido a grandes pesares, a tensiones que están acabando con él. Pero su boca -que también grita- sufre y pide clemencia. Tiene una esencialidad diferente, es la de una victima de fuerzas ingobernables.
Uno quisiera que cese su dolor, que se aplaque.
Viendo ese perfil sufriente, uno no puede menos que sentir el deseo de poder ayudarle.

Quedé con la estatuilla en mis manos, fascinado por un largo tiempo. Perdiéndome en lo profundo de esa abismal boca negra... ese grito desgarrado que viene de lo profundo, ese dolor que nace en el principio de la existencia misma.
Hechizado por tanta expresividad, ante tanta maestría para ejecutar esa pieza...

Hasta que Norberto volvió a acercarse a mi, con risa estertorea, dando palmadas en mi hombro.
"-¿Sabes tú qué representa esta estatuilla?: Al Lobo estepario!!!.

viernes, 7 de mayo de 2010

Norberto:

Obviamente, a la segunda visita acudí sólo, llevando en una carpeta mi ensayo recién terminado y el dibujo de Van Gogh.
Toqué timbre y atendió por el portero eléctrico. Una vez ascendido a su piso por el elevador, me franqueó la entrada a su museo privado.
Fué por la tarde, y aún había buen sol.

De buenos modales, preparó un té aromático. Encendió un fósforo y lo apoyó sobre un sahumerio de ámbar.
Cortézmente me invitó a tomar asiento.

Con sus cejas arqueadas, enfatizó: -¡¡cuánta tensión hay aquí!!, ¡¡es indiscutible que a este dibujo lo has hecho desde la fiebre!! -expresó a continuación-. Permanecía con uno de sus brazos apoyado en el sillón , mientras una de sus manos sostenía el mentón, la otra, mi dibujo. -¡¡ Tu Vincent tiene una mirada perturbadora!!- prosiguió en su descripsión psíquica. ¡¡Aquí hay algo de rabia, pero no únicamente eso!!. Este ser atormentado exíge respuestas y también está dispuesto a darlas.
¡¡Por eso no es únicamente rabia, sino también solicitud de perdón!!.

Indudablemente, tu dibujo es un signo de tus días. Hay mucho trabaja para hacer conjuntamente con respecto a tu estado emocional, nos dedicaremos a las armonizaciones.

Entonces saqué de mi bolso el ensayo apenas terminado: aquel en el que nombraba a Vincent, a Gauguin, Freud, Nijinky... Tremendos artistas e intelectuales, al filo de los dos mundos, en el límite de dos épocas.
Testigos entrañables en un momento crucial.

Norberto pasó rápidamente de su faceta de vidente a la de crítico literario. Remarcó algunos términos de mi escritura, algunos conceptos, enfatizando en algunas cuestiones.
Dijo estar gratamente sorprendido de mis inquietudes artísticas, recalcándome que en todo lo escrito allí por mí, sobrevolaba una visión muy abierta y receptiva al respecto las licencias humanas que aquellos artistas, por entonces encarnaron. -"La tuya no es una visión moralizadora, sino más bien de aceptación plena de sus experiencias y expresiones, en todos los planos de la existencia"-.

Aún así, cuando yo creí que mi máximo objetivo sería obtener su apreciación y parecer sobre mi pintura y ensayo, la charla siguió su curso, desembocando en nuestros escritores más preciados y libros favoritos.

Si hablabamos de literatura, sería inevitable caer en la obra de Herman Hesse, muy especialmente en su novela: "El Lobo estepario".

El susurro del Vincent rapado:

Aquella primer visita, permitió la práctica de una sesión de meditación y bioenergía.
Pero lo más importante de todo (en aquel departamento lleno de libros, objetos de arte, cientos de discos de música clásica, estatuillas egipcias y antiguedades),(en ese recinto que parecía un museo diseñado en pequeña escala...) fue aquél instánte durante el que conversamos acerca de Harry Haller.

Dije: que un propósito bien definido me movería hasta allí luego de los acontecimiento que en breve pasaré a contar. Porque de aquella reunión salí tocado. Decidido a indagar más allá de los conceptos generales que Norberto había establecido sobre mi, durante su sesión de parapsicólogo.

Cuándo Norberto habló de mi enfermedad,luego de sus acertijos, yo le comenté de qué forma había logrado hacer catársis. No es que le detallé los días en Fisherton, apenas mencioné su existencia -al pasar- entre mis dichos.
Estaba yo decidido a llevar la conversación a lo concreto: hablé de un dibujo hecho talismán.

Obviamente me pidió verlo, prometiéndome que con esa lectura ampliaría su visión sobre aquel crucial momento en que me hallaba.
Fue entonces que Norberto se convirtió en una potencial consulta al oráculo.

Mi Vincent rapado tenía más cosas que decir.

El dibujo que inició mi conjuro contra la enfermedad, el que me sacara del lecho y me impulsara a arrastrar las frazadas al sol, revelaría su secreto.

Un apartamento lleno de cuadros:

"- Norberto era un tipo que llamaba la atención. Su departamento quedaba apenas a dos cuadras de la terminal, en dirección hacia el mar.
Su morada no era lo que pudiera decirse un sitio común. De inmediato llamaban la atención la cantidad de objetos que la colmaban, más aún a los ojos de alguien que visitaba ese sitio por primera vez.

El dueño de la casa podía hablar en francés y pronunciar términos en inglés con corrección, leía magnificamente, sus conocimientos de de pintura y arte en general eran refinados, de todo ello daban cuenta la inmensa cantidad de cuadros y libros que colmaban paredes y anaqueles, haciéndo aún más pequeñas las habitaciones de lo que en realidad eran.

Además él escribía y llegó a enseñarme un grueso volúmen de manuscritos -que antíguas- a las que llamó: "su novela inédita".
En aquella primer visita resultó muy amable y mantuvimos los tres una interesante conversación.
Tomamos el té y hablamos bastante, llegando a tocar temas inesperados, como ejercicios de meditación y algunas cuestiones relacionadas con la parapsicología.

Si algo en él me impresionó fueron sus dotes de parapsicólogo:
Norberto vio en mí la enfermedad, mi sufrimiento, la necesidad de hallar un equilibrio desde el que recuperarme, todo esto sin que yo hubiera hecho mensión de lo reciéntemente ocurrido en Rosario.

Con sus dichos trajo imágenes de mi vida que eran claras y certeras, cosas nunca antes reveladas, eran leídas por su mente y puestas sobre la mesa.
Como era de esperar, al terminar aquella velada quedamos de acuerdo en una futura visita.

Mi intriga era tal, que estaba dispuesto a regresar prontamente a su apartamento, sin salvaguardas. Sin tan siquiera esperar que Juan Pablo me llevara"-.


Cuando G. se sentía atraído por algo o hacia alguna cosa en especial, impetuosamente, era capaz de hallar la forma de acercarse a ella. Incluso rompiendo los protocolos.
Para una segunda visita, no necesitaría ni tan siquiera pautar un día y hora, ni tampoco un intermediario.

Si algo tenía G. en mente era presentarse a la brevedad en casa de Norberto para mostrarle sus escritos y la pintura del Van Gogh rapado hecha en Fisherton.

Los brujos entran en escena:

-"Una vez más, sería deambulando por las calles de mi ciudad como ingresaría -sin darme cuenta- en los territorios ocultos.
Caminar era reejercitar mis músculos debilitados por la cuarentena, era recibir el sol en esa piel aún amarillenta y buscar, a la vez, un sitio donde encajar, una isla acogedora luego de tanto naufragio"-.

En una de esas caminatas me crucé con Juan Pablo. El sitio del (aparentemente) casual encuentro fue el barrio de la terminal de micros de Mar del Plata. Él también estaba solo y rápidamente me invitó a que lo acompañase en su recorrido.
¿A dónde se dirigía?: - Al departamento de Norberto, un conocido, que seguramente me resultaría muy agradable. Un tipo muy instruído, ya lo vería"-.

G. siempre fue curioso, por lo que la invitación de Juan Pablo cuadró rápida y naturalmente en sus planes. Nada importante o urgente había en su agenda en aquella tarde.
Por otra parte, como en aquellos días estaba bastante sólo, la posibilidad de conocer gente nueva no dejaba de sentarle un plan atrayente.

Recorrieron juntos las pocas cuadras que aún quedaban por transitar - ya que Norberto vivía muy próximo a la terminal-. Y en pocos minutos estaban ambos dentro del apartamento de aquél personaje.
Nada hacía suponer que, desde ese preciso momento, comenzarian a ocurrir extrañísimos aconteceres...

jueves, 6 de mayo de 2010

Buscando una calma:

De la misma manera que se guarda ( a veces incluso sin saberlo) esos tesoros, también algunos dibujos atraviesan el tiempo a resguardo de los años.
G. siempre había dibujado.

Si se lo preguntaran a él, diría que son sólo garabatos, manchas sin valor, intentos por decir algo.
Sin embargo,en sus dibujos siempre hay un trasfondo, una pulsión, que solamente los que están verdaderamente cerca de él saben descifrar, y esa pulsión dice: " Me he hecho dibujo para romper el cascarón, para poder respirar, para pedir ayuda". Dibujos que intentan llegar donde no llegan las palabras".

No carece de valor dibujar y enseñar lo realizado cuando se tiene alrededor a verdaderos artistas, aclaraba R. al respecto.
Poniéndo como ejemplo a Ventura -un dibujante excepcional- capaz de ver más allá de todo (con su mirada de miope total) y sacar de la galera trabajos que bordeaban siempre la genialidad.

G. se atreve a dibujar y pintar donde nadie lo haría: entre una manada de creadores salvajes e inspiradísimos, imparables.
El propio R. siempre habia sabido dibujar e incluso tenido acceso a una especie de formación académica.
Su amigo Nume siempre fue una especie de niño prodigio caprichoso, a la vez que un pintor excepcional.
Fer era también un delineante. Sin embargo G. dibujaba, encendido por algo que desde dentro se burlaba de la técnica, y aún así, salía siempre de su espíritu algo que permanecía, algo con personalidad y cuerpo, capaz de trascender, una genuina expresión.

R. sabe bien que los dibujos de G. valen, como también sabe que su amigo es un pirómano empedernido, por eso (a través de décadas de mucho fuego) ha puesto a salvo esos dibujos, que G. seguramente hubiese terminado quemando.

Cuando G. pintó esos trabajos que R. conserva y custodia, escribía paralelamente su libreta de fuego, y de alguna forma, lo que expresaba su anhelo narrativo, se hace espejo en esos dibujos.
Cabe aclarar que él jamás aprendió a dibujar, y ésto aún viniéndo de una familia en la que tanto su padre como su hermano eran excelentes dibujantes.

A G. se le daba el don de la escritura como un campo más propicio de exploración, sin embargo ambas formas expresivas partían de un mismo punto: la pulsión salvaje, casi en trance, de su espíritu indómito.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Verdades Borrachas:

Hay pequeñas cosas que guardamos casi caprichosamente,como tesoros, y ésta carta plena de amor es una de ellas. Con el tiempo uno llega a preguntarse por qué o para qué haber sabido guardar tan bien un papel y no la llave que abría esa puerta, aquella que quedó en el olvido, del otro lado de la frontera, cubierta de niebla.
Frontera tan celosamente erigida y defendida con uñas y dientes...

Pasa el tiempo y ya no se sabe qué hacer con esos recuerdos, podrían estos dormitar en el interior de una caja, hasta volverse amarillentos. Sin embargo, ellos esperan ser rescatados, salvados de sus fatigas, buscando revanchas en las que merecer una mejor suerte.
Son testigos de nuestros pasos por veredas soleadas en tiempos de alegría, recuerdos vueltos antíguos a fuerza de lejanía.Pero que obstinadamente se niegan a perder la fe.

Ahora que ya nada queda - pensaba G.- que ya hemos desandado los pasos de tan dulce entrega, es la nada quien se nos presenta domesticada, reposando como un gato entre los muebles.
En el Morral guardaba esa carta, que servía como señalador del libro que estaba leyendo entonces: "En el país de los Tarahumara".
Un pequeño esfuerzo mental lo llevó entonces a recordar cuándo y dónde había sido el primer encuentro con Ana Inés. Aquella noche en la que bebieron nueve botellas de vino blanco y rieron hasta la madrugada con sus amigos del Petit Lion D'or. Aquella era la dulce etapa conformativa del pequeño grupo artístico comandado por Pablo Enrique.
Ana inés y G. habían logrado en aquella ceremonia etílica, hacer de la risa un idioma común: comunicación primitiva, que rompía en su juventud los límites de cualquier razonamiento.

Chocándose las mesas y acalambrando sus mandíbulas de verdades borrachas, sellaron aquel encuentro vital, potente como pocos, cargado de promesas.
Su aire felino ( Ana Inés podía hacer equilibrio en las cornizas con la gracia de una pantera), su pasión por el arte y el diseño, su destreza mental, calaron hondo en G., atrayendo su atención como el polen de una flor lo hace con las abejas.
Por aquel entonces ella estaba unida en pareja a Ventus, quién vivía en un cuarto de Hotel, apenas a media cuadra de la casa paterna de ella, en las cercanías de la antigua terminal.

Prefirió recordarla así: como esos polos magnéticos que abrieron un canal de sensibilidad, que supo el tiempo ahondar con miradas trasnochadas, en aquellas mesas de café, dónde pasaban sus horas, saliéndose del tiempo ordinario.

Carta de Ana Inés:

-" Recordando aparece tu imágen, y vuelvo a recordar nuestras risas,
nuestros descubrimientos, el compartir, sacar y explotar.
Vibrar , aprender , ser , conocer.
Algo ya cotidiano en nuestra relación, en que comienzan a fluir
las cosas de un aprendizaje mutuo.
Estoy comenzando a volar, y por momentos me asusta.
es ahora cuando te busco, para apoyarme en tu abrazo.
Justo en el momento de darme cuenta y explotar, sacar todo mi amor
-lo único que tengo y vale-.
Comenzar a dar.

Busco frenéticamente un lugar en este mundo,
busco seguir provocando, electrocutando,
para llegar así a una reacción general.
Me veo repentinamente rodeada de gente que pide, limosnea
y ya no sé qué darles...
Pero también te encuentro a vos y tu poesía, tus ganas de vivir;
metido en una loca carrera por expresar
(electrocutando - movilizando )...

En algo nos parecemos y en ese algo me repliego
-es en tu sonrisa que me dá la fuerza necesaria y el saber de
personas con colores propios.
azul . amarillo . rojo . verde
(que es el color de la esperanza).
Y un arcoiris que se abre a mi paso, y en él tu imágen,
que es la mía. Compartidas.
Es difícil comprender el amor, que nace de repente
y nos abre la cabeza y el corazón.
Amor que recibo y ajetreo queriéndo conocer y comprender.

Un día te das cuenta, que todo lo que alguna vez te alteró
termina desgarrándote, y esa comprensión te lleva a las cosa
más puras y esenciales -hacia aquellos que te alimentan-
y entonces empiezas a abrirte como una flor.
Estoy comunicándome conmigo misma y con lo eterno
que brilla y obscurece. Todo esto es el amor que me llega,
modifica, y pide más y más.
Entonces te daré más -porque tengo -
y te pediré más - porque te conozco -
Desarmo y armo el rompecabezas más absurdo jamás visto:
que es mi vida.

Cuánto necesito verte, porque estando a mi lado
me arrancas sonrisas, me planteas, me exprimes...
Y entonces yo te amo, te respeto y te comprendo.
Ahora, en esta vieja esquina de San Telmo
quiero sentirme un poco más cerca de vos y mis afectos...
Eso de crecer y definirse suena muy adulto, muy bla-bla,
¡Películas!, no más de eso.

Puedo maquillarme y salir a escena, pegar unos bailes
al estilo Mick Jagger, como un muñeco articulado
y estará todo lo que en apariencia es necesario para que
mis espectadores se sientan cómodos y hasta les guste el número.
Mientras yo sostengo y tiro hasta empezar a flaquear.
¿pero qué pasa?, ¿por qué tengo ahora una careta de payaso?.
Lloro porque me exprimen cuando en realidad no se trata de pedir,
ni sacar, sino de dar.
Te daré hasta mi payaso - lo que sea - (quien sea)
O... ¿qué te contaré?, sino todas estas cosas, por más que en
el intento caiga en la fábula.

Es la primera vez que te digo estas cosas, aunque sea
mediante la simpleza: esta soy yo, este es todo mi amor y mi fuerza.
Mi sol . Mi vida . Mis sonrisas: son para vos".

Caminatas imprecisas:

G. aún con la resaca de su enfermedad a cuestas, separado ya de Ana Inés (aunque no significara ésto no volver ya a verla más), buscaba en la quietud de la casa, junto a su olivetti y sus eternos mates amargos, la forma de generar el rapto poético liberador.

Comenzó a escribir una especie de ensayo sobre el cambio mental y cultural de la sociedad entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, le interesaba mucho la bisagra entre esos dos siglos, en especial los últimos veinte años del diecinueve y los veinte o veinticinco primeros del segundo siglo, ya que allí confluían muchos de sus artistas preferidos en varias disciplinas, especialmente literatura y pintura.

En esa búsqueda de palabras, en aquella minuciosa investigación en procura de símbolos y analogías, se deleitaba con el impresionísmo, el psicoanálisis, el cubismo, el surrealismo... una época cultural de enorme potencialidad y generadora de grandes cambios.

Así, durante el día, deambulaba por la ciudad, a G. siempre le gustó caminar, pues al hacerlo las ideas brotaban en su mente. Esas caminatas imprecisas, sin un rumbo marcado de antemano lo llevarian hacia el sitio menos pensado...

martes, 4 de mayo de 2010

La palabra hecha verbo:

Luego del desafortunado reencuentro, a su regreso de Rosario, G. sopesaba las causas de tanto silencio, volvía al recuerdo la imágen de los ojos de Ana transitando las baldozas.

Evidentemente -desde entonces- la herida comenzaría a cicatrizar, aúnque por entonces ardía y sangraba.
Es increíble la mecánica de los cuerpos por reestablecer el equilibrio, ese aspecto casi instintivo que nos lleva a borrar de la mente ( así sea en apariencia) aquello que nos hace mal.
Definitivamente: ya los tres (en el sentido geométrico), estaban separados para siempre.

¿Significaba ésto falta de amor?. En absoluto.
¿O hay amores trágicos, nacidos por equivocación?. Aún no podía dar respuesta a esa suposición.
Sin embargo: en ese aparente sin sentido fermentaban porvenires insospechados.


De tantas lecturas hechas en aquellos días hubo una frase que lo impresionó, tanto que la dejó anotada al costado de su libreta, junto a los escritos afiebrados:

"ALGUNA VEZ HABÍA CREÍDO EN EL AMOR COMO ENRIQUECIMIENTO, EXALTACIÓN DE LAS POTENCIAS INTERCESORAS.
UN DÍA SE DIÓ CUENTA DE QUE SUS AMORES ERAN IMPUROS. PORQUE PRESUPONÍAN ESA ESPERANZA, MIENTRAS QUE EL VERDADERO AMANTE AMABA SIN ESPERAR NADA FUERA DEL AMOR".

° JULIO CORTÁZAR



Mediante la sinceridad lograría descubrirse, para ello se hacía necesario no fingir.
Una idea estaba siempre presente: completar la propia imágen.
Un sin fín de preguntas giraban cíclicamente en su interior. Alrededor de sus misterios (aquellos misterios de los que G. estaba compuesto) temas centrales como la búsqueda de la unidad y el amor se hacián urgentes.
Ciertas veces creía que en vez de cíclicas, sus especulaciones se desarrollaban en espirales, como un largo viaje hacia el centro de su corazón.
Espiralada era incluso la trama de sus escritos, que junto a las pinturas surgieran como una especie de conspiración contra la enfermedad, y que pretendía fueran capaces de transportarlo a la expresión definitiva de su esencialidad.Aquello que él llamaba La Palabra hecha Verbo.

Surgía allí una fuerza inquebrantable - la voluntad creadora- que develaría los misterios, trayendo consigo respuestas ineludibles. Aquello que su alma y cuerpo exigían para volver a la armonía perdida.
Dejando entonces el lastre de la enfermedad, como ciertos seres vivos mudan de piel para seguir evolucionando.

lunes, 3 de mayo de 2010

La frontera de un amor:

-"Estabamos sufriéndo, prestándonos nuestras miserias, en el vano intento de que esos miedos se diluyeran, y nunca más volvieran.
Pero eso no alcanzaba porque estabamos cayendo simultaneamente en el abismo.
¿Era Ana Inés una mujer sin límites a la que nada conformaba? , ¿ o siempre le tocaron parejas no dispuestas a acompañarla incondicionalmente en sus proyectos de vida?.
Todo y nada a la vez: hada y bruja, ternura y vértigo, alimento y desazón"-.

El autobus zurca la noche, hacia la frontera: hacia la salida.
R. respira el aire nocturno, mientras el resto del pasaje duerme. Su cabeza le ordena no dormir, como tantas otras veces. Es entonces cuando piensa en Ana Inés.
No sabe -en ese momento- el daño que le ha hecho.
Escapó (literalmente) a Brasil porque no podía respirar, pero para liberarse de la asfixia había dado un puñetazo al corazón de Ana, dejándola abandonada.

Pero no piensa en eso: piensa en ella fuera de todo contexto. Entonces recrea sus rasgos, su mirada, su agudeza. De pronto le viene a la cabeza la palabra Kamikaze.
Comprende que Ana, como los suicidas japoneses, nunca mide los riesgos, nunca retrocede cuando decide lanzarse hacia algo. Nadie sería capaz de adivinar que esa chica delgada, con un aire como de convalesciente, melancólica... es en realidad más decidida y valiente que nadie.
Ella era una intrépida, R. un salvaje.
casi se podía preveer que aquella pareja, tarde o temprano, se rompería a pedazos.

El autobus sigue avanzando hacia la frontera.
Está otra vez sólo.
A sus espaldas, cada vez más lejos, el fuego aún arde, formando la figura de un triángulo.

domingo, 2 de mayo de 2010

El incendio de Roma:

-" Nuestros miedos hacían nuestras particulares prisiones, por ello eramos incompletos o egoístas.
Ana nos devoraba o redimía, nos elevaba o destruía. Era el hada y la bruja al mismo tiempo. Creo que en algún punto sabía demasiado y se atrevia a mucho-".

R. ha incendiado Roma. Es de noche y sube a un autobus. Se aleja de las llamas y siente algo casi físico al dejar atrás el fuego que él mismo encendió.
Piensa en G.

Es una nueva despedida, como tantas otras desde que se conocieron, pero ésta más incierta que nunca.
Porque R. se va sin billete de vuelta, hacia un destino desconocido.

Sabe que su partida ha sido traumática para su amigo, como si al partir, él hubiera dejado el suelo resquebrajado y G. probablemente caería por una de esas grietas abismales.
pero más allá de aquellos cálculos, R. tenía una certeza en su corazón: su unión con G. no se quebraría. Ni entonces, ni nunca.

¿Acaso fue apenas un triángulo hostíl?:

-" Sería sencillo decir que ante nosotros se interponía R.
Podría decirse también que lo conflictivo de aquella extraña historia era la superposición mía frente a ellos.

Sin embargo ese tipo de planteos apenas nos dejarían en la superficie de lo sucedido.
Había algo más cruel, más egoísta, que hacía que nuestro reencuentro fuera de individualidades no dispuestas a fusionarse, como una estampa de nuestras miserias"-.

Ella encontraba en ambos un impulso que la encendía.
En R. su lado salvaje, ese torbellino de pasión, propio de los seres impulsivos y reaccionarios, que en las horas de juventud se traduce como bella aventura. Allí creyó encontrar el amor.

En G. una especie de sabiduría poética adquirida en la soledad. Ella adoraba en él ese aspecto misterioso y receptivo con el que aprehendía el mundo. Él era capaz de escucharla en el más profundo de los silencios; también podía reconocer la más tenue de las miradas y gestos.
Con él se sentía acompañada y comprendida.

Quizá mezclando esas condiciones en una fórmula mágica hubiéra logrado un ser único. pero: ¿ puede acaso el amor dejar de ser exclusivo?, ¿ puede su naturaleza absorbente fructificar dentro de un triángulo hostil?.

Incluso, catalogándolo de hostil, tampoco radicaba en ello un problema real: sucede siempre que la realidad es más compleja de lo que aparenta ser.
Inútil sería fraguar esta historia reduciéndola a un pequeña relación destrozada por los celos.
Aquí hubo pasión, hubo poesía, ternura y amistad.

Aún cuando el amor exige fidelidad absoluta dentro de sus confines, existen un sinfín de fuerzas pertenecientes al orden del inconsciente que actúan y fructifican a pesar de lo predecible.

Las circuntancias de la separación ( que fuera salvaje) obedecía a ese desorden.
Y para llegar entonces -tan siquiera al análisis personal de aquellos hechos- se hacía necesario dar crédito a las deducciones un tanto precarias que G. comenzaba a amalgamar.
Al fin y al cabo:
No eran las presencias las que se interponían, sino más bien sus agitadas conciencias.

sábado, 1 de mayo de 2010

Sobre la alfombra, buscan sus sombras.

Pero ésta sólo sería una historia de contratiempos, si no se completase la otra mitad del relato. Aunque debo aclarar que en la vida de G. nunca nada fue simple.

Cuando uno tiene la dicha de conocer gente poderosa, cuando la vida nos sorprende,se nos manifiesta y pone en nuestros caminos seres que sacuden nuestra cosmovisión, es también predecible que habrán de quedar marcas imposibles de olvidar.

Frente a ese triste silencio -a su regreso de Rosario- caminándo con Ana Inés por veredas mojadas, se interponían muchas Anas distintas.
Aquella de la risa estertórea y cristalina, quien motorizaba las diversiones, y tantas más: filosófica, aguda,combativa, irritante, melancólica Ana.

-"Necesito volver al punto de partida de mi viaje hacia Rosario (antes de la enfermedad), en aquella habitación donde fuímos dos animales domésticos acariciándonos. Yo bordeaba el contorno de sus suaves senos blancos, pequeños senos de mujer lunar.
Besaba sus labios pausadamente ( hermosos labios de mujer espectante).
Entonces me dijo: ¿Qué es lo que callas?. Cuando miro tus ojos siento que preguntan algo, hay un inmenso interrogante depositado allí...

-No sé qué me ocurre, no podría decirtelo. Ciertas situaciones me ponen al borde del abismo.

Luego volvió a decirme: - Quédate conmigo, no te vayas. No quiero que me dejes sola.
Y mientras decía esto, subía por sus ojos una densa nube de angustia.

Sin embargo, a pesar de esa genuina ternura , era yo consciente de todo lo que se interponía entre nosotros.
Ella pedía que me quedase, pero en el fondo era obvio que no lograría convencerme de ello. Mi tren ya esperaba en el andén"-.

Mientras se acariciában, tendidos en ese lecho de soledad, G. pensaba en las vías que lo distanciarían de aquellas angustias.
Ese era el final de un pobre amor invalidado, que apenas caído entre las sabanas se convirtió en campo de batalla, para salir ambos de allí con sus cuerpos mutilados y sin pasión alguna. Más solos que nunca.

viernes, 30 de abril de 2010

Ella es como un dragón:

-"He llegado y desde entonces no he hecho más que pensar en ella, sin embargo debo esperar la hora señalada.
Puesto que me ha dicho: -"Luego",cuando yo necesitaba que corriera a mi lado, ella ha dicho "luego" y casi se abre la tierra y me traga.

¿Pero qué otra cosa puedo hacer sino aprender a esperar y no morir de pena?.
Al fin de cuentas, las horas han pasado y vamos caminando paralelamente.Sus ojos van posados sobre las baldozas...
Yo la miro de reojo, como queriéndo reconstruir las imágenes de un antiguo sueño, sometido al recuerdo tantas veces como fue necesario, para aplacar su ausencia.

Miro sus ojos casi claros, su boca pequeña y suave. Entonces le hablo. Le cuento sobre una carta que escribí y la respuesta que quedé esperando...
Pero en realidad en ese instánte quisiera decirle que deseo su ternura, por más que ella no escuche mi llamado.

Camina a mi lado pero mira hacia abajo, presiento que calla algo.
Yo silbo por lo bajo una canción cualquiera, que al pasar frente a un pasillo se pierde por los fondos.
Ana Inés no habla, besa repetidamente su cigarro, y se asemeja a un dragón despidiéndo bocanadas de humo negro.
Vuelvo a mirarla de reojo ( voy amándola sobre veredas tristes, llenas de charcos).

La última vez... casi le digo, pero me dí cuenta lo poco que le importaba una última vez. Si precisamente ahora, aquellos buenos tiempos dejaban de serlo.
Algo había cambiado, una tristeza o un rencor -tal vez ambas cosas- crecían en ella.

Quedé contemplando sus rodillas -que descubrí frágiles- temblando en un ritmo de blues afónico; y proseguí el recorrido con mi mirada, como lo hace un tren cuando atravieza un túnel. Observé por un instánte sus caderas.
Ana Inés sacó de su bolso un cigarrillo y movió sus labios como para decir algo. Quizá en un débil impulso de ternura. Pero finalmente, calla.
Una vez más el desgano apoderándose de sus facciones, que le opaca la cara, como en un día de sol repentinamente nublado.

Seguimos caminando en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos.
Puedo decir que ya caminábamos sólos, sin conexión con el otro...
Aún sin saber cómo despedirnos.

Quedé atrapado, inmerso en un estado febril por descifrar los signos de ese quiebre anímico. Esa obsesión duró unos días.
Hasta que pude entender ese silencio, aquel de quienes ya no tienen qué decirse"-.

viernes, 19 de febrero de 2010

El retorno:

Si algo necesitaba y le resultaba imprescindible era afecto. Esa feroz soledad impuesta, lejos de todos, había generado en él una fragilidad que únicamente podría ser curada por la ternura. Por ello en cuanto G. puso un pie sobre la tierra (sobre su territorio) fue sin descanzo en búsqueda de aquella fuente.

Llegado ese momento tomó conciencia de un sinfín de cosas, más antiguas que la enfermedad en si misma. El desmán había adquirido en los últimos tiempos un protagonismo extremo, gestando fuerzas ingobernables y en cierta forma esos germenes viciaron su mente y las acciones a tal extremo que provocaron el quiebre de su salud.
Pensaba en todo aquello, y sin embargo tampoco quería apurar las conclusiones. Mentalmente se decía: "No cerraré aquí mis certezas, pienso ir de a poco, ubicando las piezas de este rompecabezas en su justo lugar".

De no ser así tantos recuerdos podrían tejer nuevos laberintos, y precisamente de esa trampa pensaba definitivamente escapar. Partir hacia Parque Luro se le representaba como una isla donde descansar su cuerpo débil, reducto donde comunicarse intensamente con la esencialidad. Entendía por esencialidades aquellas cosas y seres que permaneciesen intáctos o dispuestos a reivindicarse. Todo lo que hubiese quedado por encima del lodo después de la feróz tormenta.

Aunque la tristeza y el rencor lo mantuvieran en un silencio forzoso, ya que le resultaba imposible decir alguna cosa con voz poética o en formato de ensayo, ya que no comprendía claramente el origen de todos sus males, las ideas no cristalizaban.

Recluído entonces en sus afectos, aquellos que la vida otorga como dones (los que están desde siempre y aún en la distancia) fue armándose del valor y poder de decisión necesarios como para abrir desde allí una nueva etapa de su vida. Tomaba lo ocurrido como un aprendizaje de peso, pleno y terrible como el amor mismo.

lunes, 15 de febrero de 2010

Descalzo en la terminal:

A tomar el bus lo acompaño Diego: tan solo él. Tomaron un micro de línea y se acomodaron en el asiento trasero, para poder desparramar cómodamente los bolsos y para estar más cerca a la hora de bajarlos. transitaron lentamente las calles entre la casa y la terminal de micros de Rosario. El transporte iba medio vacío, en una típica tarde de fin de semana. G. miraba por las ventanillas cómo se iban disipando aquellas cuadras arboladas entintadas en un paisaje plomizo. A medida que las calles se desdibujaban le decía adios a Fisherton, adios a las chicharras y a los perros desolados de aquel suburbio.

Subió al micro de larga distancia en cámara lenta, como si transportase piezas de porcelana.
Verdaderamente estaba débil y dolorido -en esas circunstancias, un viaje de más de ochocientos kilómetros no era lo más recomendable-. Sin embargo, en el fondo G. sentía un alivio. Sabía que al bajar del autobus pisaría ya su verdadero territorio: la casa de calle Cardiel. Aquel barrio de robles frondozos con el cercano murmullo del mar.

Durante el trayecto recurrió a sus consabidas dosis de magia: música y lectura. Las novelas de Henry Miller tenían muchas cosas que decirle. La totalidad de sus sentidos en la trama de Nexus, esa historia de búsquedas y contrariedades, de indómito espíritu afiebrado, creacional e indetenible.
Podía así permanecer largos momentos pensando, analizar el estilo literario, los geniales recursos, la frescura de la trama. Así pasaban las horas amablemente, cuando en el fondo la sangre bullía apasionadamente, al igual que con las pinturas de Vincent y Modigliani.

viernes, 12 de febrero de 2010

Ruido de Magia:

Llegando a la instancia final de su enfermedad y necesitando acercarse hasta el hospital de Rosario para los últimos chequeos medicos, fue recibido en casa de Diego, quien le cedió un pequeño cuarto de servicio en el que reposar.

Desde su camastro una y otra vez recorría con la mirada esa extraña biblioteca. Entonces pensó: Qué extraña pieza de relojería es la humanidad, hasta que punto puede llegar el arte de simular: hete aquí una enorme biblioteca de vanalidades. Quién la observe sin prestar atención a los detalles podría pensar que el nivel de instrucción de su dueño es amplio. Y sin embargo, da lo mismo estos libros amontonados que llenar los anaqueles con muñequitos de cerámica y flores de plástico, apenas se trata de un decorado.

No significaba esto un acto de ingratitud hacia las personas que lo hospedaban en aquel difícil trance de su enfermedad, simplemente que, siendo un lector apasionado no podía entender ese pésimo gusto literario.
Sin embargo, de aquella aparente anti-biblioteca surgiría una sorpresa en los minutos finales, previos a la definitiva partida de G. de la ciudad de Rosario.

Quizás el hecho de no poder dar crédito a tanta cantidad de libros sin valor intelectual alguno, tal vez a causa de su empecinamiento, G. seguía hurgando hasta lo imposible entre los anaqueles. Entonces descubrió algo insólito.
Siempre que se topaba con una biblioteca al visitar una casa, a continuación del primer vistazo, él practicaba el rito de pasar las yemas de sus dedos sobre el lomo de los ejemplares, con los ojos cerrados, sintiéndo la energía de los libros.
Podría decirse entonces, que en pleno ejercicio de esa acción, en aquel cuarto de la despedida y faltando apenas algunos instántes para tomar el micro hacia Mar del Plata, G. se topó inesperadamente con un Tratado de Magia Blanca.

¿Cómo no la había descubierto hasta entonces?. Dada el escazo tiempo que le quedaba apenas pudo hojear dicho libro, optando entonces por elegir una página al azar, leyó con avidez y allí decía lo siguiente: "Todas las enfermedades se producen por un desequilibrio entre cuerpo y espíritu, esto se dá como manifestación de una guerra interna, a la que de otra forma no se le prestaría la atención necesaria".

Con esta breve lectura G. partió de Rosario, sitio al que no regresaría jamás, ni siquiera en cartas ni tampoco en sus sueños.
No es que la lectura de esa página revelase algo inimaginado. No fue tampoco el hecho de que ese libro abriese una certeza inaudita. Más bien, lo significativo resultó entonces la forma de hallarlo (con los ojos cerrados y a fuerza de intuición) en medio de una colección absurda, justamente un tratado de magia blanca y en esos últimos minutos. Y que además hablase de enfermedad y desequilibrios emocionales.
Aquello era para él lo verdaderamente impresionante.

lunes, 8 de febrero de 2010

Un intento más osado:

Cuando G. dijo "me obligué a leer" estaba diciéndo hacerlo hasta quemar los ojos, en frenética lectura de horas y más horas (casi sin dormir) con el tríptico de Henry Miller quemándole las manos. Habló de Sexus, Plexus y Nexus.

Cuándo dijo "Dibujar" y "Pintar" con témperas y tinta china, hablaba de tres jornadas fuera del mundo material, un impulso nirvánico que lo envolvió en el único acto de expresarse al vaiven del movimiento de los pinceles y la búsqueda del color.
Abordando la obra de Amadeo Modigliani comenzo a percibir el influjo y la potencia de los colores cálidos en su mente.

Asi su alma lograba salir del rapto y se elevaba sobrevolando junto al sol de las tardes en laboriosas jornadas de pintura, sorprendiéndose a sí mismo en madrugadas plenas de felicidad.

Entonces su cuerpo deseó curarse, lo que significaba ir más allá de la enfermedad en si misma: ofrecer su piel a los días y al silencio de las horas, dejándolas transcurrir entre esos lápices, temperas y lecturas. Seguía entregado a su suerte, pero armándose de las fuerzas necesarias para retornar a su ciudad, lo que significaban mas de ochocientos kilómetros de viaje.

domingo, 7 de febrero de 2010

La mirada de Vincent:

Fue entonces cuando salió al sol, arrastrando sus cobijas hacia el patio de la casa. Las extendió sobre el cesped -al que hacía ya un tiempo considerable que no se lo cortaba- sentándose sobre sus frazadas, las que utilizó entonces como a una alfombra. Tomó así conciencia que hacía un mes que no salía a la intemperie.

Extendiéndo de a poco sus articulaciones, mirando las efímeras formas de las nubes flotando en un cielo celeste licuado, tomando en sus manos un libro fue generando la tranquilidad necesaria como para concentrarse en él. En primera instancia se obligó al ejercicio de la lectura, pero apenas pasados unos minutos ya se sentía a gusto con el relato autobiográfico de Miller.

El paso siguiente fue ir hacia el modular del comedor en búsqueda de una enciclopedia temática de pintura sobre el movimiento impresionista. Fue así que surgió en G. una fuerza creciente y una fiebre transmutada en pasión.
Repentinamente fue por unos lápices y unas hojas blancas que había visto entre las pertenencias de Nino y entonces -aún sin conocimientos del oficio- comenzó a dibujar.
Eligió uno de los autorretratos de Vincent Van Gogh, aquel en que está rapado y lleva una medalla en su cuello. La fuerza de la imágen lo obsesionaba, la mirada angustiada pero a la vez poderosa del pintor holandes le transmitía un mensaje indudable: allí no había sumisión, sino un desafío al borde de lo razonable: era la mirada de un visionario.

Trabajó muchas horas con los lápices, tratando de obtener una versión medianamente digna de la obra, y en procura de esa finalidad perdió la noción del paso de las horas, reconcentrado en las líneas, los sombreados, las marcas del grafito sobre el papel...
Ya no estaba en Fisherton, ni sentía los dolores propios de la enfermedad. El aire y el tibio sol de fines de invierno acariciaban su rostro.

Cuando culminaba la tarde su dibujo estaba concluído.

sábado, 6 de febrero de 2010

La elección:

Y desde esa cama anclada a su suerte fue creciendo el odio. Primitivo y voraz, brotando de un cuerpo miserable y enfermo.
G. se sentía observado por cada una de las cucarachas que transitaban la casa, las que huían cuando él debilitado y amarillo se dirigía al baño a despedir ese orín aceitoso y oscuro, señal del mal en pleno proceso.

Odió la casa y su olor, el cuarto estrecho y esa soledad impuesta, ese abandono a su suerte del que nadie era en realidad culpable, pues le había sido asignado por el destino. Aunque de todas formas dolía.
Fue necesario que ese odio salvaje creciese más y más, hasta a no caber en su persona, conviertiéndose en un manojo de nervios y opresión tan grandes que apenas quedaban dos posibles salidas: estallar en la angustia o contrarestarla a fuerza de voluntad. Seguir el oscuro camino o estrechar los brazos en la calma.

Culpas compartidas:

G. estaba atravesando una zona de tensiones criminales y no se equivocaba al suponer que su enfermedad había germinado justamente a esa fricción mental y emocional. Un sopor concentrado lo tenía prisionero de sus sentidos.

R. más lejos que nunca había elegido un exilio que pusiera distancia entre él y todo lo que se había derrumbado.Sin embargo, poco tiempo después amanecería con extraños sintomas que le harían suponer que él tampoco escaparía a la enfermedad.Una urgente llamada telefónica a un médico amigo en Argentina comentándole cuáles eran sus síntomas hasta entonces, le devolvió la calma.
Sin embargo: ¿podría él escapar del desequilibrio espiritual?. ¿Estaba él redimido de toda culpa?.

¿Qué pasaba con Ana Inés?. En ella esta situación pesaba de otra manera. Estaba en Mar del plata, inmersa una vez más en el grupo Aragón. Profundamente disgustada con la decisión de R. quien la había dejado abandonada a su suerte y con una promesa incumplida.Estaba deprimida y rabiosa a la vez.

Los tres habían pasado por la peor de las crisis: el resquebrajamiento de sus propios Olimpos, aquel en que se resguardan las mayores ilusiones.

jueves, 4 de febrero de 2010

Vislumbrando una alternativa:

La enfermedad comenzó a crecer dentro de su cuerpo paralelamente a una espiral mental edificada día a día. De pronto, encontrarse en ese cuarto -que sería su prisión- lo llevó a enfrentarse a todo lo ocurrido, pero en una forma nueva, infinitamente potenciada ya que solamente restaba pensar y pensar a fin de comprenderlos desaciertos.

G. llegaba a intuír que aquella maquinaria emocional que lo habia unido y luego separado abruptamente de las personas a quienes más amaba había convertido su propia naturaleza en algo muy parecido a una olla de presión colocada sobre el fuego.
Así el destino lo condenaba ahora a esa enfermedad que lo postraría por un largo tiempo.
A la vez su mente lo condenaba al espiral en donde las caras, los hechos y las almas desfilarían constantemente como fantasmas.

No había podido jamás separar ambas erupciones: su incapacidad de movimiento resultaba paralela a la incapacidad de escribir en aquellas circunstancias, ya que el desorden de su organísmo era el desorden de sus ideas.
La debilidad de su espíritu era tanta como la debilidad fisica, su sangre y su ser se hallaban dispersos y contaminados. Y sin embargo, todo ese mosaico que formaban sus partes desorganizadas resultaban entonces un símbolo agónico que debía ser por él descifrado. Un símbolo unído al de otros seres a los que el destino también jugaría una dura pulseada.

Hay una imagen, recuerdo de la situación de estar atrapado en Fisherton luego de la estampida, que jamás se borraría de su mente: uno de los problemas a resolver era cómo alimentarse, pues durante la hepatitis debía seguir una dieta muy estricta, y en ese contexto Fisherton se volvía un problema a causa de la precariedad, los pocos puntos de abastecimiento existentes en el barrio y la falta de una heladera en la que conservar dichos alimentos.
Fue entonces que Nino le propuso a G. comprar un cajón de manzanas verdes en el mercado central.
Volvió con la compra realizada, la que seguramente debió transportar en el colectivo, lavó una por una las manzanas y las depositó como una ofrenda a los pies de su amigo. Luego desapareció. Té y manzanas pasó a ser la exclusiva dieta de G. por un largo tiempo.

En la soledad de la precaria vivienda, con el odioso canto de las chicharras durante los dias y el ahullido de los perros por las noches, sin hablar con nadie durante casi cuarenta días, sintió el rigor de aquella encrucijada macabra.
Pensó entonces que la enfermedad se había apoderado de su ser como un símbolo del rompecabezas en que su vida se había convertido, como una especie de alternativa final.
necesitaría mucho tiempo para distinguir las fuerzas que interactuaban entonces, en aquellos días cargados de inusitadas potencias enfrentadas.

Su enfermedad (lo sabría al vencerla) era más que un desequilibrio físico, tenía su origen en las tormentas por las que había cruzado tensionando en extremo sus nervios, era entonces una especie de alternativa final en la que todo se ponía en juego: o esas fuerzas desatadas lo vencían, o él las doblegaba (ésto como alternativa última). De lo contrario sobrevendría su fín.