sábado, 8 de mayo de 2010

Demasiadas preguntas por hoy:

Hubo un tiempo previo a mi partida del departamento, en el que me distraje mirando sus cuadros, que no eran vulgares copias, sino óleos finamente enmarcados. Varios de ellos de reconocidos pintores del ambiente de los atelieres de la ciudad.

Presté atención a unas estatuillas egipcias muy interesantes, a un busto de estilo faraónico hecho en mármol, que se hallaba colocado en uno de los extremos - junto a la ventana- rodeada de helechos.
El departamento estaba lleno de encantos.

-"¿Podría volver a ver esa estatuilla una vez más? - consulté con atrevimiénto, a último momento"-.
Norberto rió estrepitosamente, y en un falso reproche, me aconsejó:- No tomes las cosas con tanto ahínco.

Volvió a su dormitorio, regresando de allí con la pieza de terracota (que se me antojaba más oscura aún).
Me fascinaba el detalle de las erupciones en la piel, repentinamente escamosas.

También me alucinaba el profundo grito sin fondo. ¡¡Qué fuerza expresiva desarrollada en esa singular pieza de cerámica!!. Un trabajo único e irrepetible.

-¿Cómo es que ésta estatuilla llegó a sus manos, Norberto?.Proseguí indagando.
-Preguntas demasiado muchacho, deja que transcurra el tiempo... Además, tú debes preocuparte primeramente por otras cuestiones. Concéntrate en el Vincent que dibujáste. No olvides que allí están impresas todas tus debilidades.

La calle se me antojaba como si fuese un sueño. Desandando los pasos hacia el centro de la ciudad, crucé la terminal de micros, el hotel en que vivía Ventus y la casa paterna de Ana Inés. Sitios que en definitiva estaban próximos en esos confines.

No es que los buscaba, mi recorrido era entonces una especie de cábala, mitad consciente y mitad en rapto.
Una vez atravezada la plaza Colón, tomé el colectivo hacia Parque Luro, en la parada de calle Belgrano.

Tan sólo una cosa quería yo hacer ni bien llegara a casa. Tomar el libro de Hesse y abrirlo en una página cualquiera, hallando allí una sentencia que sintetizara el momento vivenciado...


-"El lobo estepario debía morir. Debía poner fín con su propia mano a su odiosa existencia; o debía -fundido en el fuego mortal de una nueva autoinspección - transformarse, arrancarse la careta y sufrir otra vez una autoencarnación.
¡Ay!, este proceso no me era raro ni desconocido. Lo sabía, lo había vivído muchas veces, siempre en momentos de extrema desesperación"-.


Herman Hesse.

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