jueves, 13 de mayo de 2010

Un poema pueril:

Avanzada ya la mañana, mirándo por la ventana de la cocina el tenue movimiénto de las ramas de los eucaliptos y el revoloteo de las aves en sus frondozas copas -cuasi primaverales-; jugueteaba entre las teclas de mi olivetti: girando alrededor de ciertas palabras, que me ayudarían a relatar esta cena apocalíptica.

Terminé escribiendo un poema, ya que todo aún se hallaba muy fresco en mis retinas. En ese entonces, apenas percibía yo un estado de crispación al ras de mi piel.
Aquella desquiciante noche estaba madurando en mí y aún me hallaba en la etapa del sobresalto. Por otra parte aún no conocía la totalidad de lo acontecido.

Menos gracia me hacía recordar la pesadilla. Me daba cuenta que había sido muy audaz al escapar de los tentáculos de aquellos brujos:
Expresé cabalmente mis principios y mi fé durante esa batalla lunática, fuí amable y a la vez determinante con Norberto -bajo la tormenta maritima- en aquella playa de su borrachera.
Sin embargo las pesadillas son imprevisibles, nunca se sabe cuándo llegan ni cuán recurrentes pueden ser...


En la palma de tu mano
se esconde un furtivo amor,
Quedó adherido a tu cuerpo
aquella noche lunar,
en que corríste aquél velo
de tu soledad.

Presientes esa ternura
que supíste develar,
quedó grabada en
tu memoria,
ya no la puedes olvidar.
Cuando susurras su nombre
sólo invocas tu pleamar.

Siempre tras la marejada
revela secretos el mar,
Libera entonces tus miedos
abre tus poros,
lánzate a amar.


A media tarde me dirigí a casa de Norberto.
¿Qué me llevó a tan inoportuna decisión?- preguntaron sorprendidos mis amigos aquella noche- en el bar Dalí.
Sin embargo, algo interno me indujo a llevarle ese pequeño y pueril poema, como regalo.

Al tocar el portero eléctrico, tenía bien en claro que esa era definitivamente mi última visita.
Encontré a Norberto muy desmejorado y en la cama, con aspecto de engripado.
Volvió a recostarse tiritando.

Apenas permanecí allí unos quince minutos. Y antes de retirarme, le dejé mi poema, como una ofrenda.
Considero hoy, a la distancia, que ese fué otro decisivo acto de mi parte.
Allí cerré la historia.
Así, había vencido a la bruja (la noche del bacanal) con la fuerza de mis convicciones.

Ahora derrotaba a Norberto, con el poder del amor.

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