martes, 18 de mayo de 2010

La llegada del cartero:

Fue esa misma madrugada que la conexión y el entendimiento creció enormente. Habían permanecido largas horas escuchando cintas, la música era un tema de conversación inagotable. Uno puede realmente identificarse con grupos, discos claves que marcaron épocas, charlar sobre las letras de aquellas canciones que significan momentos sensibles e inolvidables...
Planeaban un largo viaje, bebiéndo placenteramente.
M. había quedado fascinado con los relatos que G. le proporcionara de su viaje a La Paz junto a Ana Inés y estaba entusiasmadísimo con una aventura similar.
Mirando por el balcón hacia la calle, ellos bailaban los temas de Brothers in Arms, que apenas había salido al mercado discográfico y ya era disco furor, con un primer puesto entre los videoclips de la MTV.
Bebíendo gin-tonics e imaginando aventuras cada vez más grandes se sentían realmente a gusto, pues todo era posible si se lo proponían, o al menos eso era lo que sentían entonces.

Posteriormente, hacia la madrugada M. comenzó a levantar fiebre y su temperatura se elevó preocupantemente. G. ofició como enfermero, estándo alerta toda la noche sobre la evolución de su amigo.
Contado a la distancia, uno quizá no toma real dimensión de lo potentes que eran esos días: pensemos que unas horas antes habían ido hasta la heladería, pasado por la secuencia de la policía, regresado sanos y salvos al departamento, y allí continuado con los planes, viajando imaginariamente por Bolivia y Brasil...
la noche pasó sin sobresaltos, la fiebre fue cediendo, y al fín de cuentas G. resultó un excelente profesional de la salud, aún en el estado en que se hallaba.
Ambos reían en horas del desayuno, sabiéndo que esa complicidad giraba ya sobre ruedas de acero.

Tan rápidamente como irrumpió la amistad fueron pasando los meses de primavera y repentinamente cerraba como telón de fondo el año 1985.
una vez más G. partiría hacia Necochea para trabajar durante la temporada veraniega.
Pero antes de partir, llegó a la casa de la calle Cardiel una carta inesperada, proveniente de Alemania.

Ese mediodía G. y M. estaban sentados en el umbral de la vereda del chalet de Parque Luro.
Desde allí vieron llegar al cartero.
Las letras redondeadas de su amigo R. eran inconfundibles, y él era capaz de reconocerlas a veinte metros de distancia. Lo que le llamaba poderosamente la atención eran las estampillas.
Que R. estuviese en Europa era toda una sorpresa, ya que el último paradero que le conocía era Cabo Frío.

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