jueves, 20 de mayo de 2010

En estado de erupción...

Una vez más, como en el verano anterior, G. repetiría sus ciclos laborales en Necochea.
Seguía el ritmo de sus lecturas, la conexión con la música que transportaba en su walkman a todas partes,disfrutando de ese cómodo horario que el hotel le requería, en su función de camarero.

La partida tenía sus pro y contras: una de ellas -que el trabajo temporario era sin francos- por lo que hacerse una escapada veraniega para estar una noche con los amigos era algo imposible...
Lo que resultaba positivo era ese contácto con la naturaleza, los paseos por los médanos, un amanecer en la orilla, las siesta en el bosque. El morral repleto.

M.continuaba su estadía en La Felíz, y esto significaba un abrupto cambio de escena, ya que se desactivaba la sociedad "vamoenesa", al menos en lo momentáneo.
Por otra parte, la casa de Parque Luro estaba alquilada por la temporada (aunque permanecía vigente el recurso del depto de M.).

Las tardes en el bosque eran un plan recurrente, es que sentir la brisa fresca del mar desflecar la punta de los pinos, el tranquilo aleteo de los pájaros, el juego de luz entre el follaje, todo ese conjunto de elementos proporcionaban un microclima esencial para la lectura y el reposo.

G. inició allí mismo la escritura (de momento manuscrita) de la correspondencia que por tres largos años despacharía hacia hacia Frankfurt.
Las esperas entre carta y carta era de unos cuántos días, que podían llevar de 7 a 12días, aproximadamente.

Ese proceso de transporte tan lento, permitía entonces madurar largamente las ideas,
como así también el ejercicio de una meditada relectura de las respuestas.
En ese lapso, las palabras incubaban dentro del sobre.

El bósque permitía eso: iniciar un viaje místico, ascético y comprometido con su esencialidad.
El año '86 traería otro cambio radical: G. decidiría vivir en Necochea por el resto del año y esta decisión se fundaba en dos aspectos: el más práctico de todos, que la casa Cardiel sería alquilada anualmente, la otra: quedarse con el bósque.
Adentrarse entre los árboles, llegar a los sitios más recónditos.

Las cartas maduraban como frutas zurcando el mar para caer en las afiebradas manos de R. y G. , provocaban lava volcánica, transmutaban en creatividad, indagación, búsqueda esencial y entrega del alma.

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