sábado, 22 de mayo de 2010

El placer de estar sólo:

Se aplacan los pasos en mi interior.
No puedo dejar de observar una extensa visión de aguados -nubes en el cielo- contenidos en el marco de mi ventana.
Escribo sobre hojas cargadas de sol repentino que fulmina y estalla entre mis brazos, hace de avenida entre mis manos y mis pensamientos -convirtiéndolos en lenguaje-.

El placer de estar sólo se va haciéndo intenso - he puesto un incienso y disfruto del aroma del ámbar, con los ojos cerrados.
Una extraña sensación me hace volver a abrirlos, justo cuando el sol queda oculto entre las nubes.
Transcurren mis días sobre esta calma, de silenciosa soledad y vacaciones del habla...

Renunciando a los seres, he iniciado un contácto más intenso con los animales y las cosas.
El más primitivo de los contáctos que puede buscar un hombre, que quiere rehacerse.

Leía en las primeras horas de la tarde, cuando escuché los ladridos de un perro retumbando entre los edificios. Esa aparición me sorprendió, el surgimiento de su presencia fue repentino.Potentes ladridos llegando hasta mi cuarto, en el Bertosis.
Se me ocurrió que aquél podía ser un mensaje que debía yo descifrar.
Mi reacción fue buscar en mi memoria una posible ubicación en el vecindario, desde la que pudiesen provenir los ladridos.
En ese proceso de búsqueda -con mi vista- llegué hasta una pequeña terraza, en uno de los edificios sobre la vereda par. Y algo magico sucedió.
Acabé por descubrir su morada. Inmediatamente éste dejó de ladrar.

Me levanté, trepé sobre mi escritorio, apoyado en el marco de la ventana y constaté claramente su presencia: era un enorme perro ovejero, él también mirando hacia mi ventana.
Poco después volvió con sus ladridos,como advertencia a mis intrusos pensamientos. En defensa de su territorio.

Al fin de cuentas, establecí contácto con ese animal y pude (posteriormente) conocer muchas más cosas de él.
Incluso en las soleadas tardes de otoño, continuaríamos con este ritual.
Esta elemental conexión iba marcando el pulso de mis días.

Yo que había elegido alejarme de todo lo que pudiera precipitarme en la confusión, ingresaba de lleno a un frecuencia pura y positiva: me hacía cada vez más amigo de la naturaleza.
También me visitaba por las tardes una paloma, yo dejaba la ventana de mi cuarto abierta y se posaba en el marco. Desde el escritorio, con voz pausada y tenue yo leía poemas para ella, que permanecía inmóvil.
Al final de la lectura solía premiarla con un bocado de manzana.

Los libros constituían el más cristalino de los oasis,leídos, pensados, releídos...
Planetas intercomunicados de una biblioteca en constánte movimiénto.
Hojas marcadas, soñadas, citas oportunas, reflejos y reflexiones (un universo entero en letras impresas).

Por último las plantas: quienes requerían la más sutíl de las comunicaciones posibles, receptivas por naturaleza y generosas como ningún otro ser sabe serlo.

Al fin y al cabo G. ya había armado un mundo a su medida.
Mundo de silencios y reflexiones.

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