lunes, 3 de mayo de 2010

La frontera de un amor:

-"Estabamos sufriéndo, prestándonos nuestras miserias, en el vano intento de que esos miedos se diluyeran, y nunca más volvieran.
Pero eso no alcanzaba porque estabamos cayendo simultaneamente en el abismo.
¿Era Ana Inés una mujer sin límites a la que nada conformaba? , ¿ o siempre le tocaron parejas no dispuestas a acompañarla incondicionalmente en sus proyectos de vida?.
Todo y nada a la vez: hada y bruja, ternura y vértigo, alimento y desazón"-.

El autobus zurca la noche, hacia la frontera: hacia la salida.
R. respira el aire nocturno, mientras el resto del pasaje duerme. Su cabeza le ordena no dormir, como tantas otras veces. Es entonces cuando piensa en Ana Inés.
No sabe -en ese momento- el daño que le ha hecho.
Escapó (literalmente) a Brasil porque no podía respirar, pero para liberarse de la asfixia había dado un puñetazo al corazón de Ana, dejándola abandonada.

Pero no piensa en eso: piensa en ella fuera de todo contexto. Entonces recrea sus rasgos, su mirada, su agudeza. De pronto le viene a la cabeza la palabra Kamikaze.
Comprende que Ana, como los suicidas japoneses, nunca mide los riesgos, nunca retrocede cuando decide lanzarse hacia algo. Nadie sería capaz de adivinar que esa chica delgada, con un aire como de convalesciente, melancólica... es en realidad más decidida y valiente que nadie.
Ella era una intrépida, R. un salvaje.
casi se podía preveer que aquella pareja, tarde o temprano, se rompería a pedazos.

El autobus sigue avanzando hacia la frontera.
Está otra vez sólo.
A sus espaldas, cada vez más lejos, el fuego aún arde, formando la figura de un triángulo.

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