sábado, 6 de febrero de 2010

La elección:

Y desde esa cama anclada a su suerte fue creciendo el odio. Primitivo y voraz, brotando de un cuerpo miserable y enfermo.
G. se sentía observado por cada una de las cucarachas que transitaban la casa, las que huían cuando él debilitado y amarillo se dirigía al baño a despedir ese orín aceitoso y oscuro, señal del mal en pleno proceso.

Odió la casa y su olor, el cuarto estrecho y esa soledad impuesta, ese abandono a su suerte del que nadie era en realidad culpable, pues le había sido asignado por el destino. Aunque de todas formas dolía.
Fue necesario que ese odio salvaje creciese más y más, hasta a no caber en su persona, conviertiéndose en un manojo de nervios y opresión tan grandes que apenas quedaban dos posibles salidas: estallar en la angustia o contrarestarla a fuerza de voluntad. Seguir el oscuro camino o estrechar los brazos en la calma.

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