Si algo necesitaba y le resultaba imprescindible era afecto. Esa feroz soledad impuesta, lejos de todos, había generado en él una fragilidad que únicamente podría ser curada por la ternura. Por ello en cuanto G. puso un pie sobre la tierra (sobre su territorio) fue sin descanzo en búsqueda de aquella fuente.
Llegado ese momento tomó conciencia de un sinfín de cosas, más antiguas que la enfermedad en si misma. El desmán había adquirido en los últimos tiempos un protagonismo extremo, gestando fuerzas ingobernables y en cierta forma esos germenes viciaron su mente y las acciones a tal extremo que provocaron el quiebre de su salud.
Pensaba en todo aquello, y sin embargo tampoco quería apurar las conclusiones. Mentalmente se decía: "No cerraré aquí mis certezas, pienso ir de a poco, ubicando las piezas de este rompecabezas en su justo lugar".
De no ser así tantos recuerdos podrían tejer nuevos laberintos, y precisamente de esa trampa pensaba definitivamente escapar. Partir hacia Parque Luro se le representaba como una isla donde descansar su cuerpo débil, reducto donde comunicarse intensamente con la esencialidad. Entendía por esencialidades aquellas cosas y seres que permaneciesen intáctos o dispuestos a reivindicarse. Todo lo que hubiese quedado por encima del lodo después de la feróz tormenta.
Aunque la tristeza y el rencor lo mantuvieran en un silencio forzoso, ya que le resultaba imposible decir alguna cosa con voz poética o en formato de ensayo, ya que no comprendía claramente el origen de todos sus males, las ideas no cristalizaban.
Recluído entonces en sus afectos, aquellos que la vida otorga como dones (los que están desde siempre y aún en la distancia) fue armándose del valor y poder de decisión necesarios como para abrir desde allí una nueva etapa de su vida. Tomaba lo ocurrido como un aprendizaje de peso, pleno y terrible como el amor mismo.
viernes, 19 de febrero de 2010
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