R. subió a un micro con los walkman encendidos. Los auriculares le susurraban a los oídos: "Marcos amanece y el sol de las nueve le besa los ojos, le lava la cara/ y más allá del río y de los puentes/ se encienden los ojos de la otra mirada...".
Su mayor miedo, por entonces era quedar atrapado en los desquiciantes ciclos de la Argentina, algo que le resultaba intolerable. Brasil se le presentaba como la más tentadora de las huídas.
Atrás quedaba Ana Inés, con un arrugado telegrama en las manos, aquel en que se le anunciaba que quedaría sola.
G. tratando de arrancarle a R. la promesa de que pasaría por Rosario antes de radicarse en Brasil, tratando de tocar sus sentimientos, de generar una tregua ya que no deseaba despedirse en esos términos , tan cargados de tensiones. Aún sabiendo de antemano que R. no escuchaba, que su cabeza estaba en otra frecuencia, enfrascado en la canción... como si los auriculares fueran en si mismos un sinónimo de despegue.
"Y ya no hay dudas de que es tarde/ van solos por las calles/ con sus manos vacías...".
sábado, 30 de enero de 2010
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Muchas veces R. y G. (años después) hablaron sobre este momento exacto de la partida en autobús hacia Brazil. R. le confesaría a su amigo que aquella noche, en aquella huida de todo, el recuerdo más fuerte era una sensación física unida a todas las emocionales, el feeling (cuando el bus arrancaba) de que detrás de sí quedaba un mundo entero, y que hacia adelante volvería a encontrarse con el otro R. nacido en la USA, el viajero, el intrépido, el descubridor, el solitario...
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